Valores de nuestra
Comunidad
Marcko Glijenschi
Schefer
Por
Samuel Akinin Levy
Indiscutiblemente que ser
reconocido como un "Valor de Nuestra Comunidad" es un
privilegio que muy pocos logran y es que en este mundo tan
competitivo poder destacarse en capacidad y cosas buenas es
exclusivo de esas personas que, orgullosamente, podemos
incluir en este club tan privilegiado. El Dr. Marcko
Glijenschi, mi gran amigo, es uno de esos hombres que han
dedicado su vida a cosas sencillas pero muy satisfactorias,
destacándose entre ellas el estudiar, estudiar, estudiar que
alternaba la mayoría de las veces con la enseñanza.
Hoy queremos entrar en su mundo privado, en ese
sitio que lo vio nacer, el medio en que se desenvolvió como
niño, saber qué lo motivó en su juventud, acompañarlo por
esos espacios sagrados que se guardan con aprecio, esa gente
querida que, aún no estando presente desde hace años, sigue
siendo farol y estímulo de vida. Más adelante y ya con una
confianza que nos da el derecho de la amistad, veremos,
conoceremos y trataremos de entender un poco mejor la
idiosincrasia de algunos de nuestros inmigrantes más
destacados, pues en su caso específico, el Dr. Marcko
Glijenschi, simplemente siguió el curso de algunos de sus
familiares más cercanos que siendo en su época Valores
Humanos muy especiales, sus obras están a la vista en los
variados campos en que se sintieron sus influencia. Vale la
pena destacar a su primo Don Natalio Glijenschi, uno de los
fundadores de nuestro colegio comunitario, Presidente de
nuestra comunidad y ejemplo a seguir de muchos, ya que
luego de haber alcanzado ese puesto de honor, no conforme
con ello, siguió en las distintas juntas desempeñándose como
otro miembro más; sin embargo, fue paladín de las mayorías
de las directivas por su eficiente, concreto, útil y buen
consejo. Este hombre y su propio padre, formaron la trilogía
mágica que se requiere para ser proyectado unos pasos
delante de las masas.
El Dr. Marcko Glijenschi nació en Folticeni, un
pueblito de Rumania en el año de 1936 y como buen signo
Leo, es un hombre con gran magnetismo, que desarrolla a la
perfección el verbo yo pienso y luego hago. Como buen Leo es
poseedores de una imaginación que se caracteriza por la
aventura, propietario en primera persona de la lealtad, para
los que el matrimonio es un compromiso profundo. Vive en una
eterna pelea por remediar los males de este mundo, sufre
por el dolor ajeno y llora como un niño cuando se ve ante la
injusticia, la cobardía o la insinceridad.
Marcko, como lo conocemos todos en nuestra
comunidad, no sólo es y ha sido un baluarte: Eterno
profesor, nuestro gran amigo, perenne acompañante de los
deudos a la hora de estar presente en el cementerio, durante
los rezos, y en los momentos en que siempre nos hace falta
un hombro para llorar. Él es ese tipo de personas a las que
vemos como a los curas en un confesionario; al verlo: nos
apetece contarle nuestras cuitas y, esto además de su
apropiada palabra de ayuda, soporte o estímulo, se debe
también a su manera de ser y su misma apariencia de hombre
bueno.
Pero volemos en el tiempo y hagamos un paseo por
su niñez, quiénes fueron sus padres, y quiénes sus hermanos.
Esta parte de su vida, a cualquier buen escritor, le daría
material suficiente para hacer una novela de la misma, está
llena de sorpresas, romanticismo, viajes, descubrimientos,
amores y, más tarde veremos, hasta asesinato. Su vida nunca
fue fácil, menos en una Europa en épocas de guerra donde el
nazismo estaba en pleno apogeo. La que luego sería su madre,
Adela, quien ya contaba con dos hijos, un varón llamado
Salomón y una hembra llamada Ela, había quedado viuda, con
una situación económica tan precaria y con dos niños
pequeños, que se vio obligada a hacer uso de la casamentera
del pueblo. En otro pueblito un hombre bueno, llamado Ovsi,
padre de un hijo llamado Peretz y futuro hermano de nuestro
protagonista, estaba pasando un dolor muy similar, pues
también el padre había quedado viudo. Luego de los trámites
de la época ambos se unieron en matrimonio. Después de cinco
años de matrimonio, fruto de ese nuevo amor nació Marcko,
hijo de dos viudos, quien era doce años menor que la más
pequeña de sus hermanos y siete días…y veinticinco años
menor que el mayor de ellos. Con estas diferencias de
edades, se estableció entre sus padres y él un cariño y
afecto diferentes, pasó a ser el niño mimado. El tener un
padre tan mayor le hizo a Marcko ver y conocer ciertas cosas
que no podía entender como por ejemplo, el hecho de que en
Rumania se llevasen a los jóvenes a la guerra y a su padre
no. Esto sentaba deseos y pensamientos ambivalentes en un
niño de su edad. Sentimientos que perdió al poco tiempo
cuando se vio obligado a portar el Maguén David en la
camisa. Cuando se incrementaron los odios raciales, cuando
se dejó de entender al mundo supuestamente civilizado.
Cuando los valores inculcados por la tierra y el colegio
coligaban con la realidad. Cuando los compañeros del colegio
lo patearon por sus credos, y extrañado por el trato, a su
pregunta del por qué, la respuesta fue simple: por ser
judío. Esto lo moldeó de una manera sólida, inequívoca, lo
concientizó a que su sufrir no tenía cabida, menos con ese
nuevo sentir de menosprecio general hacia un grupo
minoritario. Esto penetró en su mente de una manera fija,
doliente, asquerosamente sucia, sofocante y, ha sido y es la
fuerza que lo mueve a la defensa de los débiles, los pobres
y los desamparados.
Hay cuentos de Marcko que nos han llamado la
atención y son difícil de comprender, pues a pocos nos cabe
en la mente que durante su niñez no conoció el chocolate,
que los limones apenas los descubrió en América, también con
dolor supo por qué su mamá ayunaba dos veces a la semana
(para alimentar a su hijo Marcko), recuerda que recibió
algunos golpes cuando comía pan con carne y sin darse
cuenta, él comía más carne que pan. Le decían: qué no te has
dado cuenta que estamos comiendo pan con carne, come más
pan, no seas tonto. Más tarde ya en Venezuela descubrió que
habían dos tipos de judíos: Sefardies y Ashkenazies y, ya
menos sorpresiva, a la libertad, ni hablar de la
personalidad de los habitantes de Venezuela, dispuestos a
ayudar al prójimo, sin ver nacionalidad, raza o credo.
Marcko estudia en el colegio de Folticeni hasta el cuarto
grado y recibe clases de judaísmo del Rabino Rosebaun.
Cuando contaba once años entre las cosas que tuvo que vivir,
fue el desconocimiento de lo que hubiese podido sucederles a
sus hermanos quienes en momentos difíciles y en el medio de
las persecuciones nazis optaron por irse a Rusia. Durante
esos tres años que estuvieron separados por fronteras y en
medio de guerras, no recibieron noticia alguna de ellos, en
su casa se vivía unos aires de miedo mezclados con dolor de
lo que, supuestamente, temían hubiese podido haberles
sucedido. Hasta que un día llegó el cartero y en un
telegrama que, se atrevió a abrir sin el consentimiento de
sus padres notó que venía de Rusia, era un mensaje que
portaba noticia de sus hermanos; lleno de alegría, eufórico
y como alma perseguida por el mismo… corrió hasta el mercado
donde estaba su madre y al encontrarse con ella, desde lejos
¡gritó!, ¡gritó! y gritó: ¡Están vivos, están vivos, mis
hermanos en Rusia están vivos!
Podría decirse que fue la mayor alegría que
Marcko recuerda sintió en su niñez, luego a Dios
Gracias
vinieron muchas otras. Llega el año de 1948 y al padre le
toca la decisión de tomar rumbo bien sea a Rusia para ver a
los hijos, a Israel como gran sionista, donde estaban
enterrados sus abuelos o la América donde Marcko
tenía
futuro. Tomó esta última, aún a costa que no
pudo volver a
ver a sus hijos, ya que la muerte lo vino a buscar en épocas
tempranas; su madre sí vivió esa gran alegría,
ella pudo
volver a acariciar a sus otros hijos, lloró y le lloraron en
sus hombros, vivió un sueño cumplido. Así
descubrió que la
esperanza era lo último que se debe perder.
Pero, antes de dar comienzo a su vida en América
debemos indagar algunas cosas y bien vale la pena traer a
colación a su amigo de la infancia, Strul Swartz, hijo de
uno de los pocos relojeros de Rumania; aquel amigo rico en
cuya casa se le permitió y pudo degustar muchas cosas que en
su hogar faltaban. Esa familia lo consintió y en base a ese
afecto, a esos lazos que se tienden en el tiempo, que son
vitalicios, vemos que en el corazón de Marcko vive el deseo
de ir a Israel, de pasar su vejez al lado de aquel amigo de
la infancia, que tiene un puesto preponderante en su sentir
y que, como quien busca sus raíces, él, desde ya, se sabe
con ese amigo bien acompañado.
Pasada la guerra, las familias querían
reencontrarse, las raíces llamaban y es así como su tío
Favel, padre de Natalio los llamó y con planes de hacer Aliá,
los indujeron a cambiar ruta y venir a Venezuela. Aceptada
la recomendación el paso a dar era ir a París y de allí
tomar un barco para emprender viaje a la América. Tuvieron
que vivir en París como se suele hacer en sitios de
contrastes, con necesidades, incomodidades, pero rodeados y
llenos de historia, bellezas y música. Fueron seis meses que
sirvieron para que aprendiera el idioma y para darle esa
pizca de fuerza para liberarse, sentirse útil y servir de
guía a las otras familias que no sabían cómo comunicarse. De
esa época vale la pena destacar, hasta donde su padre estaba
involucrado con el judaísmo, hasta donde se sentía orgulloso
de lo que era. Para que le dieran el visado para poder
viajar, era necesario que dijese no ser judío, no pudo la
necesidad ni la estrechez, hacer que doblegara su espíritu;
cada vez que iba a solicitar la visa, con voz alta y
orgullosa decía su religión y le era negada la misma, hasta
que a los seis meses, algo cambió y no le perjudicó más el
que siguiera diciendo lo mismo. Abiertas las puertas hacia
la libertad, vinieron en barco acompañados de otros
inmigrantes, de su amiga Reiza Kleinerman con su padres, de
los hoy famosos hermanos Constantino, y de otras familias
más. La llegada al puerto de La Guaira, fue en un día
inolvidable, el día de Yom Kipur (Día del Ayuno). Su padre
no quiso bajarse ese día, se quedó rezando hasta que vino la
noche del otro día y terminó el ayuno. La familia estaba
esperando en los muelles, era el primer gran recibimiento de
Marcko. Muchos abrazos, besos, bendiciones y miradas de
aceptación de parte y parte. Su primo Natalio, Judith y su
amiga, Judith, estaban encantados; para Marcko, aquél fue un
gran día, al poder conocer a su famoso primo Nathalio quien
ya había salvado a su papá y su hermana en el año de 1939.
Cuenta Marcko que lo vio como su propio Moisés, "el
Salvador".
A
pocos días de la llegada se realizó el Brith
de su primo Alex. El honor de Sandac le fue dado al padre de
Marcko. Eran los tiempos en que las personas valían por lo
que eran, no por lo que tenían. Fue como si la comunidad le
diese la bienvenida en pleno. Ya Natalio había sido
Presidente de la Comunidad Judía de Venezuela y en esos
tiempos era director del comité de educación.
Por el tipo de educación impartida en Venezuela,
Marcko tuvo que estudiar con niños dos años menores que él,
comenzó en quinto grado, con una desventaja y dos a favor,
una que desconocía el castellano, cosa que no fue tan
importante, pues la similitud con el rumano, le permitía
entenderse con los demás a las pocas semanas y las ventajas
eran que hablaba perfectamente francés e idish. El colegio
fue su segundo hogar. Las experiencias que tuvo, los amigos
con los que se codeó, las vivencias, el excepcional
profesorado con que contaba el colegio, gracias a muchos
factores: había un profesorado íntegro, unos venidos
escapando de sus propios países por sus ideas políticas,
otros en busca de mejoras en su vida y los demás una
plantilla de inmejorables profesores escogidos por el comité
de educación.
Fue con uno de esos grandes maestros, el
profesor Bellorín, con quien hizo el primer periódico del
colegio Nuestro Mundo. Para ese entonces, Bellorín lo llevó
a una imprenta, le hizo sentir el olor de la tinta, el calor
del trabajo realizado le hizo amar a las letras, como todos
sabemos ese afecto ha perdurado hasta la fecha, él siempre
se ha visto involucrado con el periódico comunitario. En esa
época en el colegio hebreo sólo se daba clases hasta el
cuarto año de bachillerato, lo que hizo a Marcko y sus
compañeros migrar a otros colegios. En su caso, al Liceo
Andrés Bello. Haciendo uso de su memoria y de las cosas que
para sus padres eran importantes, emulando al tío Marcu de
Rumania que era médico, siguiendo sus pasos tomó la carrera
de medicina. Mientras, se ocupaba de dar clases particulares
tanto a niños de primaria, como a otros jóvenes de
secundaria. Nuestro protagonista iba de una casa a otra
desplazándose en su bicicleta, para poder reunir un dinero
que le permitiera poder primero ayudar a su madre, puesto
que su padre a los pocos años de estar en Venezuela, y a los
sesenta y seis años de edad, había fallecido.
Los estudios en ese tiempo eran drásticos,
perdió un examen, la materia era Anatomía y por ella tuvo
que repetir todo un año. Se dio una oportunidad muy
especial, ya que ese año se abrió la carrera de Psicología
y, como tenía tiempo libre, la tomó y así fue sacando dos
carreras a la vez, Marcko se graduó de psicólogo en el año
de 1960 y en 1962 de médico. Fue en la fiesta de graduación
donde conoció a Fira. Vinieron los tiempos buenos, los
tiempos donde la juventud hizo huellas en lo referente a
logros comunitarios, los viajes a Israel, a Europa, Norte
América, y en el ínterin el encuentro con el amor, esa
catira trinitaria recién venida de Maracaibo, que llegó a la
fiesta acompañada por un amigo de ambos, y fue lo que
podríamos llamar un flechazo. Fira (Esther) Rabinovici hoy
de Glijenschi, estudiaba el cuarto año de bachillerato y por
estar él dando clases en el mismo liceo, no le permitieron a
ella inscribirse, ya que no se vería normal ver a un
profesor con una alumna de novia. Así, Fira se apoderó de su
soltería y al poco los Lerner, quienes se habían encargado
de celebrar su graduación, también hicieron honores en la
fiesta de matrimonio; ambos escogieron la psicología como
carrera y ambos dieron lo que estaba a su alcance para la
enseñanza.
En ese tiempo y durante siete años fue
asimilado a la Marina de Guerra Venezolana como Teniente de
Navío, con un sueldo de 2.250.oo Bolívares, viéndose
obligado a portar el uniforme militar. Abrió los Servicios
de Asistencia Psico-social en la Marina, permitió que los
oficiales pudiesen disfrutar unos días de vacaciones en la
Orchila, conocer y disfrutar de cajas de ahorro; Marcko
formó a muchos de los que hoy regentan los altos mandos,
personas con grandes valores, quienes le permitieron ver
cosas inusitadas. Como aquella vez que entrando con el buque
venezolano en México, habiendo sido invitados por el
comandante a tomar unos tragos como señal de triunfo a
aquello que habían realizado, vio como éste a la hora de
pagar la cuenta, tuvo que empeñar su reloj. Viajó con la
Marina a San Francisco, Perú, Panamá, Los Ángeles, donde
eran por todos eran bien recibidos. Eran tiempos nobles,
gente con una decencia intachable, amigos de éstos que
perdurarán por los tiempos de los tiempos, gente que lo
cobijó como propio y le permitió a Marcko hacer esa mezcla,
esa fusión de amistades entre sangres frías y calientes,
entre pieles blancas y mestizas, entre lo europeo y lo
venezolano, que era una gente como pocas.
Saborear las mieses de la felicidad, las pudo
hacer hasta con su propia compañera; ella, quien fue una
excelente alumna, se graduó con los máximos honores que
otorga universidad algun. Eran y son una pareja digna de
elogios, que se llenó de alegría con la venida al mundo de
su primogénita Anabella. Luego en uno de los viajes que tuvo
que hacer para Sudamérica, específicamente a Perú, su esposa
lo acompañó al puerto para la despedida de rigor, cosa que
era en aquellos tiempos algo normal. Fira estaba embarazada
con morochos, ambos varones; a su regreso, Marcko se dio
cuenta que algo andaba mal, no podía detallar la barriga,
durante su travesía habían perdido los únicos varones, los
que no nacieron. En esos años en los que vivió una época
tumultuosa de trabajos combinados con estudios, donde le
tocaba ir de un lado al otro de la ciudad para poder
redondear unos cinco mil bolívares al mes, terminó la
escasez cuando haciendo psicoanálisis el primer mes produjo
20 mil.
Ya no era necesario que su mamá le leyera las
cartas, cosa que hacía desde su niñez en Rumania, para
saber que le deponía el futuro. Al poco tiempo, Marcko se
dedicó de lleno a la psicología y era tanta la avidez de
conocimientos que pensó en seguir estudios en Argentina y
así lo hizo. Pero, al desbordarse los problemas políticos
fue a Israel. Para ello le compró un negocio a sus suegros
para que tuviesen una seguridad económica. El negocio costó
22 mil bolívares y vendía 50 mil al año. La sorpresa se la
llevaron cuando en el primer año lograron vender algunos
millones de bolívares. Sin darse cuenta, habían hecho el
sueño americano en Hilos Esther, empresa que aún existe y
sigue produciendo.
Al hablar de su mamá, de sus gratos momentos,
nos obliga también a recordar cómo de una manera ilógica,
malsana, inhumana, ella siendo una anciana, fue asesinada
en su casa, por alguien que le iba a reparar unas cortinas.
Este espacio de tiempo vino devolverle a Marcko, el miedo a
cierta gente.
Pero un hombre con su osadía, no tranquilo,
practicó en otros campos, hizo pruebas en otros lares. Hubo
momentos, en los cuales el juego, específicamente el Poker,
llamó su atención. Era el pasatiempo que desde niño jugaba
con su madre y ella, sin querer, le dio las armas para
defenderse en un futuro que nadie había previsto. Así fue,
en su estreno, en la primera noche, las ganancias fueron
superiores a sus ingresos de un mes, así que rápidamente fue
a un amigo joyero y le compró un collar de perlas para su
querida Fira. Fueron varios años de ganancias fáciles, años
en los que intuía a los jugadores, cuando tenían cartas o
simplemente cuando era un bluf. Una noche vio a uno de los
jugadores haciendo trampas; para él, aun siendo ganador fue
suficiente motivo para no volver a sentarse y tomar otras
cartas, no quería conocer la parte negativa de la gente, era
mucho el dolor.
Marcko ha tenido muchos tutores, varios de los
prominentes hombres del siglo pasado fueron como padres para
él. Mencionamos a su primo Nathalio, a Walter Czentochowski,
al Dr. David Gross, al Dr. Moisés Feldman, quienes sembraron
grandes influencias en él, Leandro Mora, Fernando Risquez,
Almirante Torrealba y Seijas, Domingo Casanova, su profesor
de Filosofía, quien con su manera de ver el mundo lo inspiró
a cursar su tercera carrera universitaria. Luego vinieron
otras y, por lo que veo, seguirán viniendo. Ver su mundo es
ver su entorno, sus amigos, en los que me incluyo, al lado
de Rubén Cohen, Carlos Goldstein, Isidoro Rubinstein, Miguel
Laufer, Shilo, Maxito, Isidoro Horowitz ,Raya y Moisés
Sukerman, Raiza Kleinerman, Gisela Karpel…
Ahora disfruta de sus tres hijas Anabella, Pía,
Rita y de los retoños de sus hijas, Jenny, Adriana, Judith,
Samuel, Jonathan, Katy, quienes por separado están dando
todo lo bueno de ellos, con sus logros escolares y
deportivos, con su entrega en el diseño, la creatividad, la
nobleza, en el espíritu de ese judaísmo que nace con uno
pero que al lado de alguien que lo respira a todo momento es
material suficiente para vivir lo que se siente y para
sentir lo que se vive. Él, ahora vive en una etapa en la que
pareciera estar viendo en un cristal donde se ve todo
desnudo, donde pareciera que no se puede vivir sin querer,
donde otros no pueden vivir sin guerra. Marcko ha logrado
ver en el transcurso de su vida, cómo el judaísmo se arraiga
más profundamente en su ser. Cómo sí valió la pena lo que se
hizo por ese Estado que nos representa, que representa al
pueblo judío y que nos enorgullece con sus logros. Ese país
rico en historia, que además de humanizarnos, nos atiborra
de inventos, conocimientos, adelantos y, por qué no
decirlo, de milagros.
Samuel
Akinin
Levy
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