.
Es la página 52 del libro.
Luego, se centraron en que ya eran el número deseado, y en poco deberían estar en donde Flavia les había indicado, en el salón. Hablaron, se sumó al rato Marcos, y en un momento Carla comenta mirando a ambos.
—Chicos… Los estimo mucho.
En ese instante Carla se lleva una mano hacia la otra, en la cual tenía puesto el anillo.
—¡Hauch! —dice en una expresión de dolor.
—Este anillo extraño… —quitándoselo del dedo— Me lo dio uno, en una plaza diciendo me lo regalaba. No lo conocía… pero él sabía mi nombre, fue mientras esperaba en la parada del colectivo para volver a mi casa… ¿No será una broma tuya, no Marcos?
—¿Es como el mío? —Preguntó Marcos, mientras lo agarraba de la mano de Carla para observarlo—. Mirá en el diseño interno, la plata, no es de llamas sino como hojas de árbol. Estos anillos deben ser caros.
—Sí —dice Carla—, pero a mí me parece son como pequeños diamantes. De hecho, recién creo me pinchó uno el dedo. Habrá sido al moverme… No sé… Raro lugar para colocar pequeños diamantes. En realidad supongo, son imitaciones de diamantes, y suelen estar de afuera para que se vean, no de adentro.
Marcos vuelve a observar el Anillo con Mónica. Le susurra algo, y Mónica dice:
—Yo veo que tiene plata en forma de hojitas de árbol ¿No sé? ¿Dónde ves vos los diamantes? Y sí deben ser caros, este anillo debe estar realizado por un joyero.
—Déjame ver… —dice Carla. Mirando el anillo, añade—: ¡Juraría que cuando lo vi antes, tenía como pequeños diamantes! ¿No me lo cambiaron, no? Yo estoy segura que vi que tenía un diseño distinto. ¡Marcos me hacés bromas!
—No Carla —dice Marcos—. Ni Mónica ni yo tenemos dinero como para regalar anillos así. Es extraño… y tienen distintos motivos internos como para que no los cambiemos.
—¿Por qué decís eso de no cambiarlos? —le pregunta sospechando Carla.
—No sé —contesta Marcos.
—¡Quiero mi anillo! —dice Mónica en chiste. Riendo. Como para romper el silencio de misterio, el cual se estaba produciendo cada vez más.
Es la página 53 de la novela.
El misterio envuelve como si fuera una fina tela cayendo sobre ellos. Incluso cada vez se opaca más, da más oscuridad al pensamiento. Es una red que enreda más y más. Sin embargo siguen caminando en la misma dirección como quien pese a no comprender todo avanza en su destino, sabiendo que es lo que debe hacer. Porque para eso vive, y por ello ha llegado hasta el presente.
—Parecen ser de oro —dice Marcos, y añade—. Por mí, nos regalen millones de anillos de estos. ¿Alguna idea de dónde salen? ¿O quién los envía? ¿Se dieron cuenta se nos va a ser tarde para ir a la fiesta de inauguración?
—No lo sé… —contesta Carla—. Pero conocía mi nombre el que me lo regaló, y me habló… No sé… Extraño ¡No se preocupen, en veinte y cinco minutos llegamos en remís! En un ratito llega, y vamos juntos.
—¿Quiénes sabían dónde estabas cuando te lo regaló? Porqué resulta extraño que mi novio encontró en su cama uno parecido antes —Preguntó Mónica.
—Sólo mi Mamá —dice Carla, mirando a Marcos—, pero ella no te conocía a ti, o a Marcos; cuando apareció el suyo. Y yo tampoco tengo dinero para estar regalando anillos así, algo creo que deben valer, no sé, se ven muy lindos.
—…Sí, indudablemente —responde Marcos.
Carla, Mónica, Marcos y Juan, se sentían mucho afecto y no se iban a separar por esas cositas extrañas. Después de todo piensan ¿A quién no le pasó algo extraño alguna vez? De esas cosas que uno tiende a olvidar, no contar, o buscarle alguna explicación conocida para restarle importancia; aunque sea diciendo “fue por casualidad”.
Faltando cuarenta y cinco minutos para las once de la noche, llega el remís que los llevaría hasta el salón. Marcos iba vestido de forma muy sencilla, Mónica bien arreglada como siempre. Y Carla tan sensual como generalmente solía vestir.