Hasta una sonrisa o lágrima es capaz de cambiar nuestro destino, imagínate las dos juntas.
Leer la novela online o pdfs: El Flaco Así Comenzó.
Autor Javier R. Cinacchi
Autor Javier R. Cinacchi, 2021 algunos derechos reservados; ver en el pdf del cuento / novela los permisos de difusión. Si tienes una editorial puedes imprimir el libro gratis sin variar nada de la novela, incluye el nombre del autor en cada página.
(Por si entraste por acá, comienza aquí:
Novela corta de fantasía.)
Es la página aprox. 60 del libro.
Capitulo 74: El Flaco y Soltrina.
Durante cuatro meses; fueron capaces de dormir uno tirado encima del otro; estar paseando agarrados de la mano; fastidiarse mutuamente; pegarse; buscarse desesperados a los gritos en medio de terribles pesadillas; reír a más no poder haciéndose bromas; ella llorando arriba de él; él dejando caer algunas lágrimas sobre ella... Pero no fueron capaces de darse un beso, o hablar de un futuro juntos, ni amor, y/o sexo.
Fue interesante, cuando ya bastante recuperados, Soltrina arrastró al Flaco al sector de entrenamiento del ejército. Se moría de ganas de pelear contra él, o al menos de pelear un poco. Los dejaron entrar con gran reverencia. Ellos estaban deseando este momento durante meses.
En cuanto pusieron un pie en el sector de entrenamiento, los comenzaron a mirar todos. El capitán encargado del entrenamiento del día, se acercó a ellos.
– ¿En qué puedo ayudarlos, estimados del reino?
– Hola Zarpa –se adelantó a decir Soltrina–, queríamos ir un poco a la arena mi amigo y yo.
– Claro será un placer –miró hacia un costado y gritó–, ¡Matias Deltruenos, dos espadas y escudos de entrenamiento! ¡De los nuevos!
Se vio a uno salir al tronte. Añadió Zarpa a ellos con voz amigable: “Sigamos”. Y mientras cruzaron un diálogo casual, se dirigieron al sector de la arena, amplio lugar donde puede pelear un batallón entero contra otro, o formarse tropas antes de ir a la guerra. Ya estaban llamando notoriamente la atención, y se notaba, que Zarpa estaba haciendo tiempo, antes de que comenzaran. Añadió.
Es la página 75 del libro.
– ¿Disculpen señores, pero podríamos avisar a los caballeros, y al príncipe antes de que comiencen? O se quejarán de mi, y hasta temo que me castiguen...
– Sí, pero creo está exagerando señor, le dijo El Flaco.
– No, por favor, insisto señor –Y al ver una afirmación del Flaco, añadió. –Gracias, y discúlpeme usted también señorita Soltrina.
– ¡Mensajeros! –Gritó el capitán Zarpa, y se escuchó a varios repetir “Mensajeros al campo de entrenamiento”, y vinieron al galope cuatro, alteradísimos soldados, como si los persiguiera un león; y se fueron en idéntica actitud al escuchar palabras del capitán, que les dio su mensaje. Les dieron protecciones mínimas para pelear, mientras El Flaco y Soltrina comenzaron a hacer ejercicios de precalentamiento, y se las pusieron, y probaron movimientos así equipados. Soltrina ya estaba vestida de forma acorde, pero El Flaco no. Como una hora los hicieron esperar, a Soltrina a veces se la veía hacer alguna pirueta en el aire, sí que estaba ágil... El Flaco, aveces se quejaba de algún dolor. Y cada vez se juntaba más gente a su alrededor, formando un círculo para mirarlos, nobles, caballeros, destacados de la nobleza, ejercito que justo estaba ahí, y gente de la iglesia. El Flaco le dijo a Soltrina despacio.
– ¿Estás segura?
– ¿Qué, me temés leoncito?
– ¡Ja! ¿Lista bebé?
– Muy...
– Carajo, yo no...
Ella sonrió, pero ya estaba entrando en su mente en modo combate, y no se le escaparía una carcajada, ni aún por El Flaco, o las cosas que puede llegar a hacer, decir, o a pasarle solo a él...
Se posicionaron uno enfrente del otro, se sintió inmediatamente algo en el ambiente, algo especial. Cómo si todo el universo estuviera pendiente de ese momento, y todo pensamiento se apartara ajeno a ese instante, y los sentidos se agudizaron. Ambos se inmovilizaron como estatuas un segundo.
Es la página 76 del libro.
Gran silencio alrededor. Ella sonreía, El Flaco la miró entrecerrando los ojos. “¿Qué tan buena será?” Se preguntó por dentro una vez más, y estaba serio. No sonreía cómo cuando siente, que va a enfrentar una pelea con un enemigo competente. Se sintió que estaba en un examen, y se jugaba su honor.
El Flaco hizo un grito de guerra -mezcla de grito y gruñido de perro-, algunos se estremecieron. Ella comenzó a dar unos pequeños saltitos, en el lugar, mirándolo fijo, y se notó reguló su respiración para oxigenarse mejor. El Flaco corrió a ella en zig, zag, al tiempo que gritaba, ella dio una vuelta tirándose al piso, en sentido diagonal hacia las espaldas de él. El Flaco presintió un golpe a las piernas, y lo bloqueó cubriéndose con su espada, antes que ella se lo impactara, sin verle el golpe siquiera, pero inmediatamente la mira, para no darle oportunidad. Soltrina dio un salto parándose, y avanzó, y al estar ante él, le lanza un golpe con su escudo, golpe que El Flaco frenó, al tiempo que le lanzo un golpe horizontal con su espada del lado abierto, que ella obviamente también interceptó y se lo devolvió más fuerte que El Flaco esquivó.
Se escucharon algunos sonidos de los espectadores. El padre de Soltina la miraba orgulloso, y se le escapaban lágrimas, los dos se ponen a girar como gallos de pelea. Fue notorio en gran manera, desde el principio, cuando se pararon uno en frente del otro, de que eran excelentes guerreros, y cuando comenzaron a tirarse golpes, no hubo lugar a duda: sus posturas, respiración, formas de tener las armas, gritos estratégicos, equilibrio, conocimiento de golpes, más o menos, firmeza en tierra, etc. El Flaco le intentó hacer una embestida con todo su cuerpo, más lanzándole un golpe de espada, siguió de largo. Se tomó el tiempo necesario y otra vez, y ella lo esquivó de nuevo; y otra, pero lanzó un golpe bien largo, cruzado, que casi la alcanza, pero lo volvió a esquivar. No es que lanzaba golpes desprolijos, eran todos certeros, muy capaces de derribar a un experimentado soldado de un solo golpe; tal vez, aunque tuviera armadura pesada si él descargaría toda su fuerza, pero ella lo esquivaba muy bien, y aunque él pusiera más fuerza o no, no la hubiera impactado.
Es la página 77 del libro.
En cuanto amagó a irse contra ella a acorralarla... Ella hizo un grito que heló la sangre, y lo hizo dudar, un instante, y se le vino con todo lanzando Soltrina golpes al aire y girando, y hacia él. Fue un remolino tratando de desestabilizarlo e impactarle. El Flaco frenó todos los golpes, menos uno de ella a su pierna, en cuanto le tapó la visión con su escudo, le impactó.
La multitud ovacionó, El Flaco abrió los ojos como dos huevos fritos. El combate ya había durado más de cinco minutos. El Flaco saltó contra ella tomando impulso con la pierna de atrás, tal como lo hubiera hecho en combate real, para no perder impulso contra su enemigo. Y ella... y ella bien brava como un demonio, hizo lo mismo contra él. Se escucharon chocar los escudos, se quebrajó el de ella (porque claro, solo son de entrenamiento); revotaron uno contra el otro tirándose unos golpes sin impacto preciso. Tomaron distancia, miraron el escudo un instante, sin romper posiciones, pero siguieron como si nada, pues seguía aunque quebrado, bien armado.
Ella comenzó a dar piruetas alrededor de él acercándosele, y le tiraba golpes que lo saturaban a su contrincante, y este tiraba menos golpes, porque no le daba el tiempo. Pero en cuanto vio que iba a hacer una nueva acrobacia, El Flaco se tiró al suelo girando en si mismo de costado, y le lanzó su escudo a una pierna, e impactó en ella; buen truco, si lo hubiera hecho fuerte estarían empatados, válido si su contrincante no tenía armadura pesada, lo cual se suponía ninguno la tenía. Ella sonreía disfrutando el momento, aunque sintió un poco el dolor del golpe, no le importó. El Flaco rió por primera vez en tal pelea... Y se acercaron lentamente como dos pumas a punto de pelear, solo que no se mostraban los dientes, sino que se apuntaban con las espadas. ¡Qué pelea! ¡Ya habían pasado como quince minutos de intenso combate! Y se los notaba sin cansancio.
Se fueron acercando, entre amagues y movimientos llenos de técnicas. El Flaco ya no tenía su escudo; Ella, entre su escudo y espada al estar a distancia de choque... le llovió una de golpes al Flaco... que este en un momento no pudo frenar uno a su costado, ni otro a su cara. Y así perdió, aunque dando buena pelea contra Soltrina.
Es la página 78 del libro.
Todos ovacionaron, y se alegraron en gran manera por presenciar el combate, aunque El Flaco tuvo que soportar algunos chistes tales como: “Mejor no te cases con ella señor”, “¿Quién rescató a quién?”, ”Señor seguramente necesita recuperarse aún unos meses más”. Todos disfrutaron del momento. El Príncipe ordenó a un mensajero, que le trajeran inmediatamente el mejor vino, del bar cercano, a los dos guerreros. Y ellos lo recibieron mientras salían a volver a descansar, entrelazados uno al lado del otro, por los codos de forma muy amigable.
El Flaco temía perderla, recordando su pasado. Soltrina, una vez que informó todo lo que vivió con los endemoniados, y supo, como lo temía, que ya no podía ser más una practicante de los caballeros puros. Se la pasaba dando vueltas en el monasterio o estando con El Flaco. Pero en el monasterio se asustaban de ellas, y salvo sus conocidos más íntimos, la esquivaban. Podría decirse que hasta les daba miedo. Por otra parte cuando estuvo mejor, ya no se animaba a estar tan pegada del Flaco, porque le daba vergüenza. Y ahora que el héroe estaba cuerdo, como para intentar acercarse románticamente, ella en cuanto lo notaba, lo rechazaba, porque no se sentía cómoda.
Y al Flaco, ella lo confundía al extremo -como todas las mujeres-, porque si le agarraba la mano, ella comenzaba a sacarle la mano. Pero si él se fastidiaba y se iba, ella le iba atrás, como si fuera un perro. Aunque aveces no, entonces él se la pasaba detrás de ella, y la buscaba para entrenar, o con cualquier excusa, y ella iba; entonces él, no sabía si iba con él porque le gustaba, o porque ella estaba aburrida. Soltrina buscó el consejo de su padre y madre, y El Flaco... pensaba solo.
La madre le dijo.
– Hija, El Creador los unió, nadie en esta tierra te va a querer y a cuidar como él. Él te será fiel y amará siempre.
El padre le dijo.
– Puedes seguir con tu carrera en el monasterio, o terminar muerta junto a un cazarrecompensas, que de puro tiene poco.
Es la página 79 del libro.
Debo admitir que es un caballero, y muy bien merecido, y fue utilizado por el Creador, y le estamos en deuda todos, y lo quiero como a un hijo, pero tú podrías conseguir algo mejor. Y tu carrera... no es algo que con tiempo no pueda arreglar.
Y de más está decir, que se enojaba con su padre, y le decía cosas tales como.
– ¿Pero vos no me ves cómo estoy ahora? Y aunque no tuviera los ojos y la piel como los tengo, creo que nadie me atraería como él lo hace.
Y se dio cuenta que se estaba respondiendo a sí misma, la duda de su corazón. Pero extrañamente se preguntaba si él estaría enamorado de ella, o la rechazaría, o aunque no la rechace, ¿cómo se llevarían de aquí a dos años? O tal vez ella tendría que conseguir a alguien mejor... porque quizás El Flaco, después de todo, no sea ni más ni menos que un cazarecompensas honrado, o alguien más entre varios que conoció, que comenzaron la carrera de los puros, pero que poco duraron como puros. Es decir, estaba llena de dudas, y después de todo, parecía que tenía tiempo para decidirse...
...Y se alegró con él cuando fue nombrado caballero ...Y se alegró con él cuando fue nombrado caballero puro. Y aveces estaban re bien, pero aveces se notaban diferencias entre ambos. Y se distanciaban, pero al poco se juntaban de nuevo, pero si él se le acercaba de más, ella como no estaba segura aún, se alejaba un poco. Y El Flaco aveces se fastidiaba, y Soltrina se daba cuenta en el fondo del porqué, pero ella consideraba que debía estar segura...
Un día discutieron por plantas. Estaban ambos en un sector de entrenamiento, con jardín, del monasterio. Habían llevado arcos, ballesta y algunos blancos. Ella de repente se puso a tirarle flechazos a flores de una enredadera, enredada en un árbol, y estaba re divertida en eso, hasta que lo ve el nuevo caballero puro, Esperanza, que estaba absorto detrás de ella leyendo un librito.
– ¡Qué hacés! ¿Estás loca? –Se le escapa al Flaco.
Es la página 80 del libro.
– ¿A quién le dices loca, señor leoncito? –Le dice en tono afectuoso Soltrina, dándose vuelta y mirándolo.
– ¡Estás rompiendo las flores de esa enredadera! –Le dice El Flaco enojado porque rompía una planta.
– ¿¡Me llamaste loca!? – Dice Soltrina cambiando su tono de afectuosa a indignada, porque no le gustó la actitud del Flaco.
– No, no... Lo que dije es que eso no es normal.
– ¿Me estás llamando anormal? ¡Sos un desubicado! ¿Y ahora me vas a llamar animal también?
– No, no ¿Porqué rompes la planta que es re linda?
– Estaba practicando tiro en movimiento. ¿No es obvio ¡Y ya me hiciste sentir mal! Sos un desubicado...
El Flaco, sintió un odio terrible recorrer todo su cuerpo, y se contuvo, y se fue sin decir más nada, pero Soltrina aún no acostumbrada a sus cambios, y luchando aveces en su interior con incomodidades, se quedó allí y se puso a llorar.
Al día siguiente, El Flaco, fue a su casa temprano, pues él dormía solo en unas pequeñas habitaciones del monasterio. Y Soltrina con sus padres. Había decidido que al día siguiente se iría.
Tenía puesta su armadura nueva, pero distinta a la de los puros, bien pegada a su cuerpo, y con hierro especial, muy resistente de color negro amarronado, agradecimiento del príncipe. Aunque sobre esta tenía el sobreveste, y como todo puro, nunca faltaba la tela anudada en su brazo. Salió a recibirlo la madre de Soltrina, cuando fue anunciada su llegada.
– ¡Si que te queda bien esa armadura! Haces bien en acostumbrarte a ella.
– Gracias señora, puedo pasar.
– Claro que sí, pero mi hija me dijo que se estará dando hoy un baño especial, de alora y teverde, le encanta eso. Es para ponerse más hermosa... Le deja la piel re linda, joven, renovada. Y estaba triste ayer. Disculpala aún está sensible.
Es la página 81 del libro.
– Esta bien, si no está disponible, espero no le moleste dejarle un mensaje, estimada señora.
– ¿Claro, qué le digo?
– Me retiraré mañana a la tarde, a mi casa... De hecho también vengo a despedirme de usted señora. Gracias por su gran amabilidad.
La mujer se quedó totalmente sorprendida, como de piedra.
– ¿Cómo se te ocurre irte?
– Bueno, no me voy a quedar eternamente aquí, tengo mi casa... Pero nada, seguramente volveré pronto a entrenar, aprender cosas nuevas, y ansioso de visitarlos.
– Por favor háblale tú a mi hija más tarde ¡Yo la verdad que te ruego que no te vayas!
– Disculpe señora, pero ya me he quedado mucho más de lo que pensaba en un principio...
– ¡Soltrina! Tapate y bajá un minuto. ¡Soltri!
– Disculpe señora me retiro –Dijo El Flaco apunto de que se le notara se estaba por ahogar en tristeza.
Y ahogándose en llanto interno, pero ya decidido, se dio media vuelta haciendo uso de su fuerza interna para marcharse, y tal vez nunca volver. Ya se había cansado de ser rechazado una y otra vez por aquella, a quien amaba; y se le fue enfriando algo su amor. Ya se estaba incluso, sintiendo triste de estar en la ciudad, porque allí en realidad se había quedado, principalmente, por su alegría de poder estar con Soltrina, pero eso no avanzaba, antes parecía, cada vez se distanciaban más.
Se fue a la casa de Bennett, que en ese momento era su único gran amigo que estaba en la ciudad. Y le pidió que lo acompañara al bar a despedirse del lugar. Y Bennett lo hizo, lamentándose por dentro, suponiendo: Que se había peleado con Soltrina enserio. A Bennett no le agradan mucho los bares, pero acompañado de algún amigo, ahí sí le gusta ir.
Es la página 82 del libro.
Soltrina, mientras tanto se había cambiado, llorado sola, desesperado, y corrió a comprar bonitas flores, y fue apurada al bar donde le dijeron que estaba Esperanza. Se metió apurada y se sentó a su mesa ante la mirada de todos; y los que estaban con él a la mesa, aunque un poco corridos, al verla a ella temieron, y se fueron; salvo Bennett, el único de sus amigos que estaba allí en ese momento.
Generalmente, la actitud de alguien, al ver a otra persona tatuada y con los ojos negros -a uno que recuerde a los endemoniados-, era alejarse como si estuvieran enfrente de un animal que los fuera a atacar. Eso a Soltrina le fastidiaba mucho, incluso el que le vendió la flores, no quiso cobrarle de miedo.
Y ella se lo quedó mirando a Esperanza, y él la miraba, y le miró las flores. Bennett, en cuanto vio que Soltrina le traía flores, contrario a como hace todo el mundo: ella, a él. Presupuso que iba a presenciar todo un acontecimiento único, y en gran manera esperado por mucho, y solo un grito de batalla llamándolo a su deber podría hacerlo mover de la silla. Se le dibujó una cara de felicidad inquebrantable.
– Hola... – dijo él.
– ¿Leoncito?
– Hola bebé... Siempre me encanta verte –Corrigió su tono desmotivado El Flaco, y en cuanto dijo “bebé”, ella comenzó a derramar lágrimas.
– ¿Querés ser mi marido? – Le dijo ella mirándolo fijo, y añadió– Hola mi amigo Bennett, te ha tocado ser nuestro testigo.
– Es para mi todo un honor –Le respondió Bennett, con una carra irradiante de alegría, y lo miró a El Flaco.
El Flaco se quedó como de piedra, el bar se silenció totalmente. Bennett se puso se pie imponente. Todos los miraban, y ella le dio el ramo de flores, y él intentó no lloriquear, pero no pudo no dejar de limpiarse lágrimas que empezaron a limpiar su alma. Es la primera vez que alguien lo veería llorar en su vida. Algunos del bar temieron por estar allí en ese momento. Estaba ante sus miradas acontecimientos de los cuales preferían no ser testigos.
Es la página 83 del libro.
Y Esperanza tomó un trago, y apoyó fuerte el baso en la mesa sin querer. Y con la cabeza hizo una afirmación, y ella rió por no poder contener la felicidad que sentía, lo abrazó, le dio un beso, y se fueron a preparar para irse a la casa de Esperanza. Bennett habló y dijo antes que se retiraran:
– ¡Como escribió un gran amigo poeta! –Y le dirigió una mirada de reojo a su amigo abrazando a Soltrina. – “Hasta una sonrisa o lágrima es capaz de cambiar nuestro destino, imagínate las dos juntas.”
Todos aplaudieron, y todos gritaron según la costumbre, con que se les homenajeaba a los caballeros puros: “¡Vivan los puros eternamente! ¡Vivan!”
Cuando salían del bar, todos caían al piso ante el caballero puro, y su dama guerrera que lo acompañaba abrazada a su brazo, porque se sentían tocados por El Creador. Todos menos Bennett que se quedó viendo la impresionante escena, apoyado contra una columna del bar, afuera de este, y afirmó que así fue. Todos iban cayendo alrededor de donde ellos pisaban, pero ellos no detenían su destino.
***
Soltrina estaba muy contenta y sonreía a cada rato, y Esperanza era pura emoción en silencio, y ella lo molía a besos. No se demoraron más. Soltrina tenía una armadura que nunca utilizaba, porque la hacía muy sexy, y se le marcaban muy bien las caderas y bustos. Antes le daba vergüenza, pero desde que volvió, quería volver a usarla, la vistió contentísima, sobre una cota de malla, y utilizó un bolcito con el escudo de los caballeros puros.
Su padre le trajo un permiso especial, de portación de armas de caballero, firmado por el príncipe y él mismo, como garantes de su honor.
Salieron de su casa, con dos sirvientes que les llevaban las cosas. Todos los miran de reojo, algunos niños se les acercan y miran a los guerreros asombrados. Esperanza les sonríe, no tiene puesto el casco, ella no los mira, porque si lo hace se pueden poner a llorar.
Es la página 84 del libro.
Su largo pelo negro está sobre su armadura, y tiene una trenza, con dos mechones de pelo de la parte de delante, que enrosca atrás; como para que pese a usar el pelo suelto, no le moleste en el combate si no tiene casco.
Saludaron, fueron en busca de sus caballos, los cargaron, y comenzaron a acercarse montados en ellos, a la puerta de la ciudad.
Algunos que los ven pasar, les lanzan alguna flor en el camino. Soltrina le murmura a Esperanza.
– En el camino te contaré de algo. Has elegido este día como guiado por el Creador, apurémonos.
Ya en la puerta, Soltrina se baja de su caballo equipando espada y ballesta. Los guardias la miran inundándoles miendo interior, y por instinto dan un paso hacia atrás; porque ella sin querer, impetuosa va a ellos, y sienten su presencia, agarran los soldados fuerte sus lanzas. Ella se les acerca moviendo sus caderas. Esperanza le mira de atrás, como se le mueve la cola de acero bien delineada, que aún no disfrutó verla sin tantas cosas arriba. Soltrina acercándoseles dice.
– ¡Saludos!
– Saludos mi señora, y felicitaciones por su compromiso, alegría de toda la ciudad–. Dice un guardia sin animarse a mirarla a los ojos, pero haciendo una leve reverencia.
– Gracias señor. Vengo a notificar los caminos del nuevo caballero puro Esperanza, y la hija del padre principal.
El guardia se acerca a una mesita, deja la lanza, toma la pluma del tintero, con la mano que le tiembla, y se apoya en la mesita para escribir en el libro. Dice.
– Prosiga.
– Nuestro destino es el pueblo de Zonkirian, la casa reconocida como del Flaco. Se prevee estaremos allí, seguros en un mes.
– Confirme por favor: ¿Un mes?
– Confirmado.
– Registrado señora, buen día, y disfruten del viaje.
Es la página 85 del libro.
– Gracias señor, buen día.
Ella volvió a montar a su caballo. Ya sobre este, juntando su caballo al de Esperanza, le tendió su brazo para dejarlo apoyado sobre la pierna de él, como lo acostumbran a hacer, las hábiles princesas en montar, cuando salen de paseo con algún príncipe, o habilidoso noble. Le murmura ni bien pasan la puerta.
– Siempre que salís o entrás, tenés que hacer esto o te frenarán los guardias y quedarás en ridículo.
– Jeje... Bueno, gracias, nadie me lo dijo. De donde vengo, me gritaban saludos de las torres...
– ¿¡Qué!? ¿Yo soy “nadie”? – Soltrina ríe.
– ¡Jeje! – El Flaco suelta una carcajada, porque ella rió primero... Añade: –Y si que te temen eh...
– ¡Uff! No lo puedo evitar. Se mezcla en mi una presencia y fuerza... que los atemoriza, para peor ellos y yo con armas.
– ¡Qué no te moleste! Ellos son unos cobardes...
– ¡Shh! A ver si te escucha alguien.
Y saliendo de la ciudad, despacio como se tiene por costumbre, salvo en momentos de urgencia. Ya que suele haber considerable gente... Cuando se la comienza a ver de lejos. Soltrina le dice a su prometido.
– ¿Esa armadura vino con papiro amor?
– ¿Viste? Parece de hierro de meteorito.
– Sí...
– La cota me dieron una común, el escudo ya no estaba disponible, ni la espada. Y vino con historia, pero no puedo leerla porque está en otro idioma.
– Interesante, ya averiguaremos cuando haya tiempo. Porque... El historiador del monasterio seguramente podría averiguar. Es muy bueno, y está siempre ocupado, y tardará más de un mes. Y tenemos que hacer cosas.
El Flaco la miró sonriéndose, siendo obvio en lo que pensó, y le dice.
Es la página 86 del libro.
– Sí, sí, ya nos sacaremos la duda más adelante.
Soltrina soltó una risa muy alegre...
– El príncipe me dijo –continúa Esperanza–, de que yo le daré mejor uso del que esté, de adorno en las cámaras del tesoro. Que la vio allí desde niño. Que cuando me vio pensó enseguida en la armadura, que me quedaría bien...
– Qué bueno. Y claro que te queda re bien...
– ¿Será una de esas legendarias fundidas y templadas con lava? –Dice él demostrando que algo sabe...
– Eres inteligente Leoncito. Si es una legendaria volcano –corrige ella–, templada con lava y aceite varias veces, si que te quiere el Creador, y el príncipe te ha dado un gran tesoro, y le estás en deuda, lo que seguramente quiso.
El Flaco la miró como automáticamente, y guardó silencio como si hubiera sentido en ese momento, que pronunciaba una profecía. Y sin haberlo planeado, ella sintió lo mismo, y no dijo más nada.
...Ya en el camino principal. Andando cubiertos de telas blancas, le dice al Flaco cuando están claramente solos en el camino.
– ¿Me das unos ricos besos?
Y él lo hace, y lo disfrutan. Y ella hace un hermoso suspiro mezcla de pequeño gemido, que para él es tan grato de escuchar, como el mejor canto del mundo. Y ella, al minuto de mirarlo, y mirar hacia sus alrededores, sin alejarse le pone al tanto.
– Hay muchas cosas complicadas. Mi padre tiene una leve sospecha de Mismi. Tornado, y los compañeros puros que conoces, ahora deben estar saliendo del arrasado campamento de los endemoniados, donde estuve cautiva; ellos y treinta soldados de la guardia, más algunos caballeros. Yo le pedí a Tornado antes que se retire, que nos regale unas copias de unos libros, unas sustancias que nos serán útiles, y unas cositas más para nosotros muy interesantes, de hecho tú no tuviste tiempo de saquear, y te corresponde botín de guerra.
Es la página 87 del libro.
– ¿Mismi? ¡No puede ser!
– Sí, yo pienso lo mismo, la conozco desde niña, y se siente que es pura. Pero hace bien padre, no puede ser que no se asegure ¿Imaginate si lo sucede en el cargo?
– Sí, a mi también se me pasó por la mente esas cosas... Y vos qué pensás.
– Yo apoyo a mi padre en todo, pero pienso que Mismi es inocente. Pero comprendiendo al padre principal, no estaría mal que se indagara totalmente...
– Claro ¡Uff! Me imagino nuestro recorrido ¿Nuevamente al bosque?
– A las ruinas del castillo resonante, allí por costumbre se apartan los caballeros puros, del resto del ejercito y sus caballeros, cuando se frenan en ese camino. Supongo que llegaremos antes. Tal vez tengamos que estar una semana allí, tal vez crucemos a la campaña en el camino de regreso... No sé...
– Comprendo bebé, sigamos...
– ¿Sabes qué leoncito?
– ¿Qué dulzura? Ya quiero que sea de noche en el castillo...
– Jeje... Sentí tu mirada en mi cola cuando bajé del caballo, y mejor no te digo todo lo que sentí... Pero recuerda amor, que eres un puro. Y tienes que guardar las apariencias adelante de los demás.
– ¿Enserio sentiste mi mirada?
– Te lo aseguro.
– Necesito hidromiel de la buena... Esperá...
– Claro bombón.
Y ella con ojos negros, y de águila, mirando a su alrededor, con su mano buscó acariciar la ballesta, ya estaba en modo combate desde que se puso la armadura... El Flaco... Él pensaba en ese momento en la hidromiel, y en lo hermosa que es ella...
Siguiente, Apéndice:
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