"La duda es uno de los nombres de la inteligencia." Jorge Luis Borges
El Grupo de los Diecinueve Jóvenes y la Primer Puerta.
Autor Javier R. Cinacchi
Es la página 147 del libro.
Capitulo 11
UN MUNDO DISTINTO
El Grupo de los Diecinueve Jóvenes está ante la primer puerta. Levantado el campamento, llevando mochilas con algunas cosas uno a uno comienza a atravesarla; penetrando, en la luz que envuelve se observa desvanecer a cada uno.
Una vez reunidos del otro lado, con preocupación en los corazones se observa alrededor. Adelante, hay un tortuoso camino de tierra prolongándose hacia lo lejos. Árboles rodean a los costados junto a mucha vegetación. El cielo posee tonalidad naranja con tres lunas de distintas dimensiones en él. Detrás de la puerta, rocas rojizas se elevan formando una montaña cuya cima no se alcanza a observar, esta se pierde en neblina rojiza.
Caminando unos pasos se observa en silencio todo alrededor. Hay un sentirse muy fuertes y renovados. Las primeras palabras:
Sugiero —dice Marcos en voz baja—. David y Cristian, caminen primero. Mónica nos cubra con su escudo de protección y David, irradie ante la primer señal confusa de vida, paz. ¡Cristian! Dinos obviamente...
Cristian interrumpe:
¿Tendrá límites la mirada en lejanía?
Un mundo distinto delante nuestro,
se levanta coronado por la belleza.
Pero a poca distancia se acerca
un grupo de guerreros,
para nosotros, no un son desafío...
—¿Se acercan? —pregunta Juan.
—Se acercan —afirma Cristian.
Es la página 48 del libro.
Comienza a escucharse un sonido de personas trotando, con golpeteo de metales -a los jóvenes se los observa un poco asustados-, Mónica aunque viéndosela normal está protegiendo al grupo. Al instante, vestidos con armaduras y con espadas anchas en sus manos, llegan trotando unos treinta hombres, estos se detienen bruscamente en formación delante del grupo. Levantando sus armas a voz muy fuerte dicen:
—Ronoh y senoob sinumoc rap erpmies!
Algunos del grupo de jóvenes se sobresaltan, los extraños hablan en un extraño idioma. Con espadas levantadas se quedan observándolos.
—Hola… Paz… —Saluda inquieto e inseguro David sin hacer nada.
Algunas espadas se las comienza a notar temblorosas, y estos hombres vestidos de soldados feudales, se van desordenando en sus actitudes. Algunos de ellos disimuladamente se miran, y miran asombrados al grupo de jóvenes, lentamente van bajando las armas, y comienzan a murmurar entre ellos. Se quitan el yelmo, sus rostros no reflejan cicatrices de guerra, primero unos, luego otros, comienzan a bajar su mirada al suelo mientras descienden sus armas y las envainan. Uno hace una reverencia, y se inclina levemente avanzando unos pasos. Los otros comienzan a caminar hacia atrás sin darle la espalda. El que avanzó dice algo:
—Nes lod illotsec lad los —el que habla, destaca del resto por poseer armadura más adornada.
—No entender —dice David intentando utilizar la menor cantidad de palabras, por las dudas de ser mal interpretadas. Quién sabe si las comprenden, o con qué sentido las comprenderían.
Sin más se alejan rápidamente los treinta.
—No hablen, ni se muevan —dice Cristian. Quien, luego de observar donde sus compañeros no alcanzan a ver, añade:
Corren veloces sin mirar a atrás.
Se sacan y llevan piezas de su armadura.
A la derecha un gran castillo,
a la izquierda un humilde campamento.
El camino faltante, acortándoselo van,
de la diestra corre alguien a su encuentro.
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