Muere mi padre Eugen Steiner en el año
de 1.937, mi madre Bella Steiner Berger queda viuda con tres
hijos, yo, el mayor con catorce años, mi hermana Alice cinco
años menor, y mi hermanito Fredy con apenas cuatro años de
edad. Mi familia había quedado acomodada gracias a mi padre.
Vivíamos en Satmar, teníamos una granja con
aproximadamente 80 vacas de muy buena raza, teníamos
suficientes ahorros, prendas de valor y una bonita
propiedad.
Éramos una familia judía, respetuosa de
nuestras costumbres, de nuestra religión y muy unida, mi
madre había nacido con el siglo, era una mujer sumamente
especial para con sus hijos, nos cocinaba por separado lo
que a cada uno le gustaba, nos mimaba más de la cuenta, nos
complacía en todo, jamás nos contradecía; sabía que la falta
de un padre para un hijo era irremplazable, y hacía todo lo
humanamente posible para complacernos. Yo era sumamente
malcriado y escrupuloso, no me atrevía a probar bocado fuera
de mi casa, era una mala costumbre que a la larga me hizo
mucho daño. Mis tíos ayudaban a mi madre en el cuido de la
granja, de las cosechas, en el ordeño y cuidado de las vacas
y velaban por nosotros.
Cuando cumplo diez y ocho años, la
situación en Satmar empeora, el alcalde de la ciudad
llamado Csoka era también granjero en varias
oportunidades lo vi espiando a nuestros animales, sabía que
nos envidiaba por nuestras vacas, así que un día me le
presenté en su despacho y le ofrecí un negocio muy tentador,
las mejores cincuenta vacas mías a cambio de que me
consiguiera un puesto gubernamental oficial, o sea asignado
desde Budapest. Para facilitarle su trabajo, le dije
que me nombrara perito oficial de guerras químicas, en el
momento ese era el temor que reinaba, se pensaba que los
rusos bombardearían con productos químicos. Fue tan lógica
mi explicación que su carta de solicitud sobre mi
nombramiento la aprobaron en un tiempo récord. Así nuestras
vacas se mudaron de casa.
Al recibir el nombramiento, se
hizo una ceremonia especial, estuvieron presentes, miembros
del cuerpo de bomberos, del hospital, de la policía, de la
Alcaldía y otros funcionarios. Se mandó copia a las
distintas dependencias para que en caso de necesidad y de la
supuesta guerra química, se pusieran bajo mis órdenes, no se
imaginó nunca el Alcalde a la cantidad de personas que pude
ayudar gracias a mi nuevo cargo. Entre otros debo mencionar
al gran Rabino de Satmar, al Rab Joel Taitelbaum, a
quien dentro de una ambulancia lo llevé a un punto seguro,
luego pasó a Rumania y luego de la guerra siguió a
los Estados Unidos. A la gran mayoría lo que les hice fue
reglamentarles sus papales para que se pudieran residenciar
en Satmar, algunos eran perseguidos en sus países y así
lograron evadirse. Eso solamente justificó con creces el
precio que le pagué al Alcalde, muchos salvaron sus vidas
desde Satmar.
El día 07 de septiembre de 1.939 fuimos
obligados a encender las radios, no podíamos caminar frente
a un alemán portando sombrero, debíamos de quitárnoslo y
saludar a los alemanes, Además los judíos debían de llevar
una banda en brazo izquierdo con la estrella de David. Los
judíos no podían ser encontrados afuera del gueto, después
del toque de queda, de hacerlo simplemente los alemanes
cobraban el desafío con la vida.
Bajo las órdenes de los alemanes, los
húngaros obligaron a abandonar a los judíos sus casas, los
evacuaban y tan sólo les permitían llevarse algunas
pertenencias, los ubicaban en un pequeño sector de la ciudad
llamado gueto que comprendía unas dos cuadras, en
esas edificaciones metían solamente a los judíos, y para
poder darles cabida, colocaban entre veinte y treinta
familias por apartamento. Esta zona había sido amurallada
con una pared a todo su alrededor de unos tres metros de
altura, y la única vía de acceso estaba controlada por
oficiales húngaros y por un comandante de la SS.
Llegó el momento de llevarse a mi
familia al gueto, hice hasta lo imposible para salvarla,
logré que mi amigo el alcalde me diera una orden oficial
para exceptuarlos de ese paso, pero el oficial alemán
desconoció su valor. Por meses iba y venía al gueto, les
llevaba comida, compartía con ellos mucho tiempo, pensábamos
en que pronto se normalizaría la situación, pero las cosas
iban de mal en peor. Mi banda en el brazo me acreditaba
como oficial del Ministerio de la Defensa, decía
Excepcionado, tenía ya veinte años y fuera del gueto me
sentía poderoso.
Por mi trato con el cuerpo de bomberos
y con los hospitales, hice una bonita amistad con un
veterinario cuya clínica quedaba a espaldas del gueto, este
médico con las mejores intenciones para con mi hermana a la
que conocía de vista, luego de enterarse de que seríamos
evacuados y llevados a Alemania a campos de exterminio, me
dijo que se quería desposar con ella, para eso, tenía un
plan casi perfecto, si yo ayudaba a saltar a mi hermana
encima de su techo a cierta hora entre las 2 y las 4 de la
madrugada, hora en la que él sabía no había vigilancia, la
recogería y la protegería. Ese día dentro del gueto puse al
tanto de los acontecimientos a mi familia, les hablé de los
campos de trabajos forzados, de las masacres, de las cámaras
de gas y del incierto futuro. Los argumentos no lograron
separar a mi hermana de mi madre, ella era lo más importante
para nosotros, yo mismo no me convencí que hubiera sido
mejor el quedarse.
Un alto funcionario alemán me dijo que
a los judíos los llevaban a Polonia y ahí ya no tenían
futuro, fue tal mi temor, que apenas terminé de hablar con
él, me dirigí al gueto. En los guetos había un comité
comandado por los respetables de la comunidad, fui
directamente a hablar con dos de ellos y dos mujeres, les
conté lo que sabía, todo lo que se decía, lo que me había
afirmado. lo único que hice fue despertar su rabia, su
histeria, no querían oír detalles, no querían creer, me
prohibieron seguir divulgando la noticia, pienso, no querían
crear pánico.
Ante la negativa de mi hermana comencé
a tomar mi decisión, recogí todas las prendas de valor que
teníamos en nuestra casa. Entre las cosas, tome doce de las
monedas de oro las pude esconder en mis zapatos con una
costura especial que les mandé a hacer, en mis pantalones
tenía bolsillos secretos en donde guardé otro tanto de
joyas, y previendo que algún día regresaría hice una mochila
con las demás cosas de mayor tamaño; platería, pulseras,
camafeos y otros y en la noche sin que nadie me viera la
metí en el pozo de agua de nuestra casa. Cuando años después
regresé ya no estaban, supongo que a alguien se le ocurrió
lo mismo que a mí y al buscar en el pozo la encontraron. Ya
preparado iba muy a menudo al gueto con comida, hasta que
llegó el día que deportaron a mi familia, claro que me uní a
ellos por mi propia voluntad, jamás los dejaría solos.
Nos montaron en un tren, los vagones
eran para el transporte de animales, no teníamos ningún tipo
de comodidades, pero el sentirme acompañado de mi familia,
de mi madre, mi hermana, de mi hermanito Fredy, de mi abuela
materna y de mis tíos, me confortaba, esos tres días de
camino, fueron para mí imborrables, el amor que nos
prodigaba mi madre, aminoraba cualquier tipo de dolor. La
comida que por días estuve llevando al gueto, nos sirvió
para alimentarnos durante el trayecto, en nuestro caso
específico el hambre no nos acompañó en el tren.
A las diez de la mañana del día tres de
junio de 1.944 llegamos a BIRKENAU, campo de
recepción, de distribución y de tránsito, bajamos de los
vagones como bestias, los judíos y los Tziganer
(Gitanos) encargados de recibirnos y ponernos en fila no
tenían ningún tipo de atenciones, eran sumamente bruscos,
debían de terminar su labor cuanto antes, de lo contrario de
llegar el próximo tren y no haber terminado con éste, ellos
serían castigados por los alemanes. Por su mismo trabajo hoy
entiendo, su falta de cuidado, su poca atención, no podían
perder su tiempo dando explicaciones, eso les podría costar
la vida.
Nos colocaron en dos filas, la de
hombres y la de las mujeres, con una bendición y un beso me
despidió mi madre luego de decirme que me cuidara, a ella
por tener más de cuarenta años y aparentar más debido a su
sufrimiento la enviaron a la cámara de gas y luego a los
crematorios al igual que a casi toda mi familia, los únicos
que nos salvamos en esos días fuimos; mi tío, mi hermana y
yo. Al llegar nuestro turno en la fila de los hombres, a
unos nos mandaron para un lado y a los otros, débiles,
enfermos, o ancianos a las cámaras de gas.
El primer día en BIRKENAU no nos dieron
de comer, dijeron que no deberíamos de beber el agua ya que
ésta estaba contaminada, fue un día de ayuno obligatorio, el
segundo día fue igual, al tercer día nos mandaron poner en
fila de a cinco, nos entregaron un plato sopero con un
agujero en el borde, había una olla gigante, de la cual
sacaban un cucharón de sopa, le servían al que estaba de
primero en la fila y luego al segundo y así hasta que me
llegó mi turno en el quinto puesto, por increíble que
parezca, era la primera vez en mi vida que comía algo que no
me había sido preparado por mi madre, mis escrúpulos, y mi
mente fueron pisoteados de una sola vez.
Fueron seis los días que pasé en
BIRKENAU, en el último día nos hicieron formar, diez filas
enormes, nos asignaban un número lo anotaban en una libreta
y este era tatuado en nuestro brazo izquierdo, me asignaron
el número A-13022, estaban repitiendo la serie A,
de nuevo en el año de 1.944. Con unas agujas enormes llenas
de tinta indeleble, nos tatuaban la numeración y a su vez
nos daban un triángulo de tela amarilla con el mismo número
impreso que debíamos de colocarnos en el pecho con la punta
del triángulo hacia abajo. Como gracia esa noche traté de
borrarme la letra con una hojilla que tenía y lo único que
logré fue una infección que duró varios días. Ese día fuimos
llevados a pie a Auschwitz, éste estaba a unos diez
kilómetros de distancia, al llegar inmediatamente comenzó la
selección, tuve la suerte de encontrarme con conocidos de
Satmar, eran seis mecánicos de motores. Esto me inspiró
para el momento en que me preguntaron ¿cuál era mi oficio?.
Al igual que mis amigos dije ser
mecánico, algo de conocimiento tenía, a mi motocicleta le
hacía personalmente las reparaciones. Cuando les llegó el
turno a mis amigos, un oficial alemán les hizo algunas
preguntas, tal vez por la falta de conocimiento del idioma
alemán, no supieron darse a entender, no aprobaron el
examen, fueron enviados a trabajar a las minas de carbón,
ninguno logró sobrevivir. El oficial alemán me preguntó cómo
funcionaba el Kumplug, (embrague, conocido en
algunos lugares como cloche), le dije, y pasé la prueba, de
inmediato me enviaron al bloque con otros mecánicos polacos,
de ahí me asignaron la tarea dentro de un taller mecánico
gigantesco con más de veinte mil metros de extensión, debía
engrasar los motores de los camiones y de las motos.
La rutina dentro de Auschwitz era de
lunes a sábado; toque de diana a las cinco, como si se
tratara de un cuartel, los músicos judíos a esa hora eran
obligados a tocar trompetas, el desayuno a las seis, un
plato de agua negra caliente imitación de café, luego el
Appel (conteo), comenzaba la banda la música y al
trabajo, a mediodía, sopa con un mendrugo de pan y a las
seis de la tarde regreso al campo, de nuevo el Appel, la
música y un plato de sopa con un pedazo de pan, debo de
reconocer que en Auschwitz, todo estaba limpio, se notaba el
aseo, no puedo aprobar su bestialidad, pero reconozco su
orden. Desde la siete hasta casi las ocho de la noche, nos
era permitido desplazarnos dentro del campo, visitábamos los
demás bloques con la esperanza de conseguir a un familiar, o
amigo con quien poder hablar, transmitir nuestros sueños o
compartir nuestra fe, luego a las ocho el toque de queda,
bajo ninguna circunstancia se podía salir. Los domingos, no
trabajábamos, nos ocupábamos de nuestra limpieza de lavar
nuestro uniforme y de hacer visitas. En resumen una persona,
se sentía hambrienta y temerosa todo el tiempo, no
pensábamos en el futuro, en el mañana, lo más importante,
era haber sobrevivido y pasado el apel del día que nos
garantizaba esa noche que por lo menos contábamos con otro
día más.
El contarme hoy como un sobreviviente,
me extraña inclusive a mi mismo. Lo que pasamos durante el
Holocausto, es algo por demás increíble, sin importar lo que
se pueda leer, ver en las películas o demás. La realidad
era muy cruel. Muchos de los que tuvieron la misma suerte
que yo, fue simplemente, por conocer alguna profesión que en
un momento determinado era útil para los alemanes.
En mi trabajo me desempeñaba bien,
tanto que un oficial de la SS se me acercó un día, me
felicitó me dijo llamarse Zimerman, ser de Presburg,
me premió con un rato de descanso, juraría que este hombre
era o descendía de familia judía, vi compasión en sus ojos,
demostraba su desacuerdo con el régimen, pero ante todo, era
militar. En varias oportunidades se acercó a mi sitio de
trabajo y entablamos una buena amistad, mis conocimientos de
religión le llamaron mucho la atención y se podría decir que
le servían para descargar su culpa. Me dejó bien en claro
que mientras pudiera velaría por mi salud, que no me
preocupara durante su guardia, que descansara lo necesario.
Hoy puedo contar mi pasado gracias a su ayuda, lo busqué en
distintas oportunidades luego de la guerra para resarcirle
sus atenciones pero no lo encontré.
Estando en el taller en una oportunidad
empujando a un camión descompuesto, una de las ruedas
traseras, pisó mi talón y me hizo mucho daño, no podía dar
ni un solo paso, eso en Auschwitz era castigado con la
muerte, ellos tenían tantos reemplazos que les salía más
barato deshacerse que tener que cuidar a un herido. Mi amigo
Zimerman demostró con hechos lo dicho, con una camioneta me
mandó a recoger, me envió a la enfermería y me medio
enyesaron el pie. Organizó para que al momento del Appel no
me echaran de menos, logró que el médico me atendiera con
esmerada atención y me dejara internado esa noche. A la
mañana siguiente me recogió con un camión porque se había
enterado que ese día en el hospital harían selección.
(mandaban a la cámara de gas a los enfermos no útiles).
Luego de habernos hecho pasar todo tipo
de calamidades en el campo de concentración de Auschwitz
y al verse perdidos, los alemanes, deciden no dejar testigos
vivos de las atrocidades cometidas contra gente inocente,
lo que había hecho y contra quienes había actuado, su pasado
era una mácula imborrable, el mundo les pasaría cuentas
imposibles de explicar, las masacres realizadas por esos
antijudíos, su práctica " natural" de sacrificar a
millones de hombres, mujeres y niños, no lo perdonarían los
demás pueblos ni la historia. Tenían que aprovechar los
últimos minutos de poder que les quedaban, no podían detener
la máquina infernal del crimen, no había saciado su
hambre asesina, sus instintos bestiales no conjugaban
con la paz que se avizoraba, su pasado era demasiado tétrico
para mostrarlo, nosotros los sobrevivientes éramos una
prueba demasiado contundente como para permitírsenos vivir,
hablar, o atestiguar.
Auschwitz
estaba compuesto de treinta bloques (BLOKE-WERCHE)
cuyas fachadas de ladrillos rojos se asemejaban a la
gran mayoría de las edificaciones de la Europa de mitad de
siglo, estos ladrillos daban cierta protección al interior,
de los cambios de temperatura durante las distintas
estaciones. Cada bloque tenía tres pisos y éstos a su vez
estaban divididos en cuatro cuartos usados como dormitorios
y aproximadamente tenían cien camas literas de tres y de
cuatro pisos cada una, al comienzo dormía una sola persona
por cama, luego hubo meses en que llegamos a dormir hasta
cuatro personas por cama y al final en algunos bloques
sacaron, las literas e hicieron que la gente durmiera
sentada en el suelo para darle mayor cabida, lograron meter
a más de dos mil prisioneros en vez de los trescientos o
cuatrocientos que era su máxima capacidad, la mayoría de los
prisioneros éramos judíos pero también había criminales
alemanes, homosexuales alemanes. que diferían de su supuesta
raza especial aria, gitanos alemanes y prisioneros
rusos.
En el bloque que me tocó, la mayoría
eran polacos, no judíos, éstos además de las reglas del
campo tenían sus propias reglas, no permitían visitas, no
permitían robos bajo pena de muerte, no permitían soplones,
exigían limpieza en el bloque, etc., una noche a eso de las
siete y media, cuando deberíamos prepararnos para el toque
de queda, veo que entre ellos se comienzan a golpear, uno le
pegaba a otro una cachetada y éste a su vez le pegaba a otro
en una pierna y con la misma le pegaba a otro en un brazo,
parecía una especie de rito, la supuesta pelea no era entre
dos, era en cadena, no se notaba rabia, no había enfado, me
acerqué a uno de ellos y le pregunté qué era lo que pasaba,
me dijo que se había enterado que al otro día habría
selección. Menguele y sus ayudantes una vez cada tres o
cuatro semanas hacían personalmente una revisión en los
bloques, en el hospital tanto en BIRKENAU como Auschwitz, y
todo aquel que diera la impresión de debilidad, o enfermedad
le anotaban su número y éste sabía que al otro día le tocaba
la cámara de gas y luego el crematorio. Lo que se pretendía
con esta golpiza, era darle color a la piel, al rostro, de
esa manera en el momento de la selección lucíamos rojizos
supuestamente bien alimentados y por supuesto fuertes, que
al fin y al cabo era lo que ellos buscaban. Vi a muchos de
los polacos que me acompañaron ser anotados durante las
selecciones, Menguele en Auschwitz, no hacía mucha
diferencia en si eran judíos o no, para él lo más importante
era aprovechar los mejores momentos del hombre esclavo, como
nazi, ellos se consideraban la raza pura, la aria, los demás
éramos sus esclavos y a la larga sobrábamos.
Todas los días a las cinco de la
madrugada el Stuben Eldest, el capo,
(prisioneros judíos, alemanes, o rusos encargados del orden
dentro del campo cuya maldad era premiada por los nazis con
ciertas prerrogativas, había uno en cada cuarto, los
alemanes jamás tenían contacto con nosotros) tocaba una
campana, era la señal para despertarnos y prepararnos para
el trabajo. Luego del suculento desayuno un poco de agua
sucia (supuesto café) íbamos al trabajo comenzábamos a las
seis de la mañana, antes de salir, había en la puerta del
bloque un grupo de Heftling, (judíos músicos)
prisioneros como nosotros, encargados de tocar marchas
todos los días tanto en la mañana a la salida, como en la
noche a las 6 al regresar al bloque, había toque de queda a
las 8 de la noche, luego de esa hora no nos era permitido
estar fuera del bloque, tenían todo el campo custodiado y
alumbrado con reflectores. En la mañana al salir del
campo, éramos contados y a nuestro regreso en la noche
también, no podía haber diferencia alguna, las tres zonas
de seguridad no permitían ningún tipo de fuga y de haber
algún rezagado los perros amaestrados o una simple bala se
encargaban de él.
Un día trajeron a cien prisioneros de
Hungría, eran criminales, de la peor calaña, en el taller,
yo me encargaba de engrasar los motores de motos y de
camiones, vi a uno de ellos robar Metan gas,
(producto usado como combustible con cierta mezcla de
alcohol) con una manguera chupaban el metan gas de los
tanques de los camiones llenaron una vieja botella y luego
se la bebieron, por más que les advertí de que no la
tomaran, no me hicieron caso. Pasaron ocho días y quedaron
ciegos y al igual que a los judíos que no tenían fuerzas
para salir al trabajo, éstos al haber perdido la visión, ya
no les eran útiles a los alemanes y aunque no eran judíos
los enviaron a las cámaras de gas. Esa era la costumbre,
cualquier débil conocía su futuro, la presión del sistema
era monstruosa.
16 de enero de 1.945, en el campo había
una gran confusión, el estallido de bombas se oía con mayor
intensidad, supimos que los rusos se acercaban, venían del
este, se notaba que algo pasaba, se comenzaba a sentir en el
ambiente cierta esperanza, entre los SS había gran
nerviosismo, fue la primera noche que regresamos del trabajo
al bloque y no había música, no hubo Appel, se notaba que
algo estaba pasando. Esa noche no pude dormir, comencé a
soñar despierto. En mis zapatos tenía 12 Napoleones,
(monedas de oro de aproximadamente unos tres centímetros de
tamaño), empecé a imaginarme que ya no sólo me servirían
para ayudarme a sobrevivir, sino que también las podría
usar para vivir.
El día diecisiete de enero, pasó lo
increíble, abrieron un almacén del tamaño de uno de
nuestros bloques, éste quedaba al lado de la cocina y estaba
repleto de ropas. Nos autorizaron a que tomáramos toda la
ropa que queríamos, que nos quitáramos el pijama de
prisionero, y que podíamos tomarnos un baño. Al entrar a los
depósitos, me impresioné, había cientos de miles, miles y
miles de todo tipo de ropas, éstas pertenecieron en su
momento a los judíos que había pasado por Auschwitz, pude en
ese instante visualizar el daño infligido a mi pueblo, y
aunque había sido testigo presencial de muertes y
asesinatos, no fue sino hasta ese momento, cercano a una
supuesta libertad en que tuve consciencia de la magnitud de
los daños.
Mi sitio de trabajo, quedaba a escasos
cien metros de las cámaras de gas, era un suplicio
diariamente el escuchar a miles y miles de personas en su
agonía, luego reinaba el silencio, e inmediatamente los
crematorios cumplían con su trabajo, la pestilencia de los
cuerpos al quemarse y sus gritos ante las duchas de gas, son
cosas que persisten en mi mente, son un recuerdo vivo de un
pasado muerto.
En el final de mis días dentro de
Auschwitz, vi que mi tío se estaba debilitando, logré
ahorrar mi pedazo de pan y esa noche fui hasta su bloque
para obsequiárselo, era la única forma que tenía de
ayudarlo, al llegar no encontré la alegría con que siempre
me recibía, por el contrario, sus amigos denotaban mucha
tristeza en sus rostros, no me pude imaginar qué pasaba, yo
venía con mi pedazo de pan y con muchas esperanzas, encontré
mucho dolor y poca fe, me acerqué a su cama, lo besé y me
recibió con besos y bendiciones, me agradeció mi sacrificio,
pero no me lo aceptó, me contó que ese día lo había
seleccionado y siendo el próximo día su último día, me dijo
no necesitarlo, que me lo comiera yo para que no me pasara
lo mismo que a él. Esa noche lloré como un niño.
Los músicos tocan la marcha, comienza
el Appel, nos presentan un espectáculo macabro, Menguele
y su ayudante Kaduch, tienen a tres prisioneros
listos para ser colgados, fue preparado como escarmiento,
para que los viéramos, al compás de la música, como un ritmo
satánico los guardias se movían y comenzaron la ejecución.
Nos mostraron toda su maldad, se jactaban de ella, se
sentían muy orgullosos de lo que iban a hacer, sus mentes
debían de estar poseídas por el mismo demonio, ya colgados,
a uno de los tres se le rompe la cuerda y cae al suelo,
pense le sería perdonada la vida gracias a su suerte, cuán
equivocado estaba, Kaduch sacó su revolver y de un tiro lo
mató.
Durante los últimos meses me había
convertido en compañero inseparable de dos hermanos de
campo, Smuli Stern y de Sruli Szegal, en
conjunto formábamos un trio complementado, yo tenía mis
Napoleones y ciertos conocimientos, ellos eran el
complemento poseían la fuerza, a su lado me sentía
superprotegido, ellos a su vez me escuchaban. Dentro del
almacén de ropas comencé a razonar lo que debíamos de
llevar, lo primero que dije fue que no nos cambiáramos de
zapatos, para ese consejo, tenía dos explicaciones, una mis
monedas, la otra, suponía que comenzaríamos una gran
caminata, que en nada nos beneficiaría adaptar nuestros pies
a nuevos zapatos cuando estábamos en pleno invierno y la
nieve cubría en más de cincuenta centímetros todas las vías.
Comenzamos a escoger, lo primero fueron
los calcetines, en el campo no nos era permitido su uso, a
veces cuando lograba encontrar cualquier pedazo de trapo, lo
ponía dentro del zapato debajo de la planta del pie, esto me
servía para amortiguar la molestia que me causaban las
monedas, luego les dije que no cogiéramos abrigos por lo
pesado de éstos, que lo más práctico sería unos buenos
suéteres, un par de camisas, un par de interiores,
pantalones de lana para que nos abrigaran y que escogiéramos
las franelillas más largas para que nos calentaran
interiormente y dos suéteres extras para ser usados como
mochila, en caso de tener algo que transportar.
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Nota:
FUENTE: BERTALAN "BANDI"
STEINER BERGER.
Samuel Akinín Levy
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