SOBREVIVIENTES
COSTESTI
POR
Samuel Akinin
Albores del siglo diez y ocho,
Rusia. Los progroms se realizan cumpliendo sus objetivos. El
pueblo judío es exterminado y diezmado. Sus sobrevivientes
obligados a huir a otros países, a otras latitudes. De mis
antepasados sólo dos hermanos lograron salvarse, eran
menores y había quedado huérfanos. Los que sobrevivieron
tenían que protegerse primero a si mismos y luego a los
suyos. Nadie se podía ocupar de ellos.
Los dos hermanos se ayudaban
el uno al otro. Realizaron hazañas que muchos mayores ni
siquiera se hubieran atrevido. El no riesgo a perder algo,
los envalentonó a seguir adelante. Su meta era escaparse de
Rusia. Su punto más cercano y un poco más tolerante con
respecto a los judíos, Polonia, hacia allá, enfilaron sus
botas. La travesía fue larga, pero el premio justificó sus
esfuerzos. Luego de llegar a Polonia les son presentados al
Sr. Jägermann, el hombre más rico del pueblo. Este al
escuchar su odisea, se encariña con los chicos, los lleva
a su casa y los adopta, les da su apellido. El Sr.
Jägermann, no tenía hijos varones, pero tenía dos
preciosas hijas. Con su buen olfato, había decidido ver en
un futuro a sus hijas casadas con estos dos muchachos. En un
solo día, sin darse cuenta logró cumplir con sus deseos más
fervientes; primero el tener hijos varones, ese día tuvo
dos, luego el casar a sus hijas con dos hombres conocidos y
valientes.
Así comienza la historia de mi
familia. Pasado un par de siglos, los descendientes de estos
hermanos que se había radicado en Polonia, sin la necesidad
de mudarse se encuentran en Rumania. Las guerras cambiaban
fronteras, separaban pueblos y obligaban separaciones
entre las mismas familias. Contar desde ese momento toda la
historia de mi familia llevaría todo un libro. Respetando el
espacio que se me dio creo que debo de recomenzar con mis
abuelos paternos; Jacob y Mariam, luego los maternos; Chune,
mi abuela Taube. Mis padres; Schama y mi madre Dora. Fuimos
tres hermanos varones nacidos en Costesti : Joseph
Jägermann Kohn, en el año de 1.923. Mi querido e
inolvidable hermano Salo, nacido en 1.932. y yo, Willy,
nacido en el año 1.927.
Mi padre, era Administrador
graduado en la Universidad. Se ocupaba de su empresa de
madera, exportaba sus productos en el mercado internacional.
Además era socio en otra empresa con el Sr. Fishel Karpel.
Como terratenientes, ambos explotaban la agricultura. Esta
sociedad duró hasta comenzada la Segunda Guerra Mundial,
cuando llegaron los rusos y expropiaron sus bienes, aunque
con los descendientes de los Karpel, seguimos unidos en
estos lares por lazos familiares.
Mi madre, era maestra en el
único colegio público de Costesti. Su amor por los
niños la hacían sentir realizada cuando se veía rodeada por
ellos en el colegio. En el año de 1.938 le llegó su pensión,
fue el mismo año en que nos mudamos a Cernâuti (Chernovich).
Varios de mis tíos habían emigrado para no pelear dentro del
ejército Rumano. Mi tío Max y mi tío David fueron unos de
los que no quisieron quedarse. Los judíos por ser minoría,
no eran bien vistos; los acosaban, los maltrataban por el
simple hecho de no dominar el rumano. Por sus defectos en la
pronunciación eran golpeados, tanto que a veces regresaban
en malas condiciones. Menciono a gente, digo sus nombres,
pasan los nombres y sin querer olvidamos la importancia de
ellos en nuestras vidas. Mi tío Max quién falleció en 1.965,
hizo todo lo que pudo por sacarnos de Rumania, en 1.946 nos
mandó un affidávit (Permiso de inmigración para los Estados
Unidos), en su época avaló con todas sus pertenencias, para
garantizar nuestra estadía. Mi tío David fue una especie de
San Nicolás, siempre pendiente de nosotros. Con igual
corazón, con la misma vehemencia y con un don muy especial
debo poner en el sitial de honor a mi tío Abraham Mote Kohn,
quién se portó con nosotros como un verdadero padre. Muchos
merecen ser nombrados por su buen corazón, su afecto y
preocupación por nosotros antes, durante y después de la
guerra, pero voy a seguir contándoles los episodios que aún
recuerdo de nuestra vida.
Mi hermano mayor muere en el
año 31. Una fuerte gripe lo ataca y la tos poco a poco lo
acaba. El hermano que se ocupaba de jugar conmigo, ya no
está. Mi mundo se reduce, perdí a mi primer maestro. Los
siquiatras dicen que es difícil reconocer una pérdida a tan
corta edad, pero de la noche a la mañana, recuerdo, yo sufrí
la suya.
Mi niñez la pasamos en un
pueblito llamado Costesti. Vivían mis abuelos en una
de las casas más grandes y bellas. Mis tíos: Moses
Mülhlstein casado con mi tía Pessie, eran nuestros vecinos.
Mi tío Moses era un hombre rico y culto, la gente disfrutaba
cuando hablaba, él parecía un libro abierto, vivía a un
kilómetro de nuestra casa, tenía tres hijas, muy bellas, la
mayor de ellas tenía mi misma edad, poseían vacas, caballos
y otros animales de granja. Visitar a mis primas era
sumamente emocionante. Me encantaba jugar con los animales.
Mis primas las Bernstein vivían frente a nuestra casa. Mis
abuelos a escasos metros, en la misma acera, pegados a la
casa de mi mejor amigo de la infancia Samy Schechter. Un
poco más abajo estaba la sinagoga, a 50 metros de ella, la
Mikve (baños costumbristas religiosos, donde nos
bañábamos los viernes antes de ir al rezo. Había un cuarto
para hombres y otro para mujeres) al doblar la calle vivía
el hermano de mi abuela Miriam.
Mi pueblo era muy pintoresco.
Tenía, una iglesia, un colegio y una sinagoga, que durante
la semana era usada como Jeder (escuela de hebreo),
una carnicería Kasher (comida supervisada por un religioso),
contábamos con un Shojet (Matarife especializado en el
sacrificio sin dolor de los animales), pero no contábamos
con un cementerio judío, el más próximo quedaba a 30
kilómetros de Costesti, en la ciudad de Stanesti.
Un cementerio era utilizado por varios pueblos cercanos. La
mayoría de los judíos vivíamos en la calle principal, cada
uno tenía en su misma casa su negocio. Eran de todas clases,
desde una venta de víveres, a una distribución de alcohol, o
un restaurante. Muchos se ocupaban de trabajar la tierra.
Otros negociaban con frutas y hortalizas. Como en la mayoría
de los pueblos pequeños, los judíos de mi pueblo, estábamos
emparentados. La población total de Costesti era de 2.800
personas, de las cuales 269 éramos judíos, los demás eran
cristianos ortodoxos, hablaban ruteno, un dialecto
ruso.
Las casas de mi pueblo tenían
todas sus fachadas blancas, su gente se ocupaban de
blanquear con cal, por lo menos una vez al año. Era un
pueblo muy limpio y ordenado. El cartero cada vez que
visitaba a alguien para entregarle una carta, era recibido
con afecto y por supuesto con una charla, un pedazo de
bizcocho y el tradicional vino casero.
La llegada del viernes por la
tarde hacia cambios importantes en el pueblo, se matizaban
los colores blanco y negro. El blanco de las fachadas de las
casas con el negro con que se vestían los judíos para
asistir al rezo; tanto el viernes por la tarde, como el
sábado. Recuerdo a mi abuelita con que afán se ocupaba de
la limpieza de su casa el día viernes y de la preparación de
los panes blancos. Ese día era algo especial, los judíos
salían rumbo a la sinagoga, con sus pulcras galas negras
y sus sombreros tradicionales de piel, acompañados de sus
hijos varones y nietos. Sus negocios estaban cerrados tanto
el viernes por la tarde como el día sábado. Los viernes y
días de pascuas los pasábamos en casa de mis abuelos. Mi
abuelo aprovechaba para examinar mis avances en los
conocimientos de guemará. Yo disfrutaba al verlo complacido
con mis adelantos, se le veía sumamente orgulloso.
En esos días festivos, era muy
fácil reconocer las casas de los judíos, aunque no llegaba
la luz eléctrica a nuestro pueblo, los viernes por la noche,
todas las casas de los judíos permanecían iluminadas con
velas hasta altas horas de la noche, las demás no. Nosotros
tenemos la costumbre de no apagar las velas luego de
encendidas. Para mi era todo un espectáculo que veía desde
mi casa. El Shabat (séptimo día de la semana, día de
descanso) era un día sumamente respetado por nosotros. Era
el día que mi padre regresaba de la capital, de
Chernivtsi, donde tenía su oficina y a su socio, él
solía irse los domingos y regresaba los viernes.
Recuerdos de mi infancia,
recuerdos de mi gente, recuerdos que me hacen reflexionar.
Recuerdos que no me permiten ver justificativos, recuerdos
tristes, muy tristes de mis antepasados muertos.
Cosas curiosas pasaban en mi
pueblo, los judíos no trabajaban ni el viernes en la tarde
ni el sábado, los demás seguían con su vida normal, para
ellos eso era algo que no podían entender; ¿cómo ese día se
mezclaban los ricos con los pobres?, ¿cómo ese día no se
notaba la diferencia en la vestimenta de los unos con los
otros?, ¿cómo esa gente se tuteaba sin importar el rango?,
¿cómo hacían los judíos para no trabajar ni viernes ni
sábado? y a su vez se preguntaban ¿por qué los judíos
trabajaban el día domingo cuando ellos no lo hacían?.
Es el año de 1.934, mi
abuelito Jacob, tiene varios días enfermo, mi padre durante
toda esa semana no había ido a su trabajo, sentíamos mucha
preocupación, mi madre me hizo bañar y vestir como si fuera
Shabat, no podía entender lo que pasaba. Al amanecer de ese
día mi abuelo le había dicho a mi padre que ese día
fallecería, le pidió que me llevara por que se quería
despedir de mí, y mandó a llamar a diez de sus mejores
amigos, entre ellos al Sr. Tauv. Hoy al revivir ese triste
episodio de mi vida logro entender lo que hizo, se estaba
garantizando un miniam (10 personas hombres, mínimo de
hombres para poder ejecutar los rezos. Costumbre desde la
época de nuestro patriarca Abraham cuando negociando con
Dios para que no destruyera Sodoma, Dios aceptó que de haber
10 hombres justos en toda la ciudad, no la destruiría).
Durante los siete días que duró su enfermedad, mi abuelo
se había instalado fuera de su dormitorio. Había puesto una
cama en la sala. Me parece estarla viendo en estos momentos.
La casa del abuelo era muy grande, tenía en la parte del
patio otras pequeñas construcciones para guardar a las
mulas, a las gallinas, a los pavos y un granero muy grande.
En la parte que daba a la calle estaba la entrada
principal, a mano izquierda había dos grandes dormitorios,
el primero era el de mis abuelos y el segundo no se
utilizaba, pero en una época lo usaron mis padres recién
casados mientras terminaban la construcción de nuestra casa.
Luego el gran salón comedor y cocina todo en uno, con una
cocina de leña similar a las usadas en las pizzerías pero
toda blanca y con el techo en vez de curvo, plano. La
muchacha de servicio lo usaba como cama a veces en el
invierno, aprovechando el calor que aún mantenía. Quizás por
esto, o por la vista que se lograba desde ese cuarto, fue lo
que hizo a mi abuelo mudarse a última hora del dormitorio,
no quería perderse de los acontecimientos que pasaban en la
calle o tal vez necesitaba un poco más de calor, calor de
familia.
Cuando llegué a casa del
abuelo, ésta estaba llena de gentes, los hombres estaban
sentados alrededor de su cama, supongo, que les agradecía lo
que en algún momento le hubieran hecho y creo que también
les daba instrucciones de lo que deberían de hacer después
de su muerte. Por primera vez en mi vida sentí temor al
entrar en su casa, con pasos muy lentos, como si no quisiera
molestarlo, entré, me llamó: "Vélvale (así solía llamarme
cariñosamente) ven conmigo", me besó en la frente, me dio su
bendición, me sentí triste, supe que algo grave pasaba. Así
fue, mi abuelo murió ese día, tal como lo había predicho.
Sus amigos lo sacaron de la casa en hombros y así se lo
llevaron. Al abuelo lo enterraron en el cementerio de
Stanesti.
Gentes que se van, gentes que
no vuelven, sólo los recuerdos acompañan el vacío que nos
dejan.
Recuerdo que tenía nueve años,
había pasado pocas semanas después de haberlos cumplido, por
primera vez en mi vida capto imágenes y grabo sonidos en
contra de mi pueblo y me impresiono. Mi casa como dije
anteriormente, estaba en la calle principal del pueblo,
vivíamos frente al parque y a la alcaldía. Mi
entretenimiento después de haber salido de mis clases de
rumano y luego en la tarde, de mis clases de hebreo en el
Jeder, era ver a través de mi ventana, mis fantasías se
había forjado en su gran mayoría en esa fuente de
inspiración. Al lado de la casa municipal estaba el centro
del partido Cuzista, ellos promovían el fascismo y el
anti-judaísmo, los oí gritar como locos: ¡judíos! ¡jid!, lo
decían de una manera despectiva, aunque en ese momento sólo
eran algunos nazis, me asusté.
Los judíos que vivían en mi
pueblo, eran una unidad completamente cerrada, ellos no
hablaban de persecuciones, pero la gran mayoría venían de
Rusia, de los progroms. Recuerdo que mis abuelos en la misma
Rumania, hablaban idish y no rumano. Aunque no vivieron de
su pasado, muy pronto les tocó comenzar a sufrir por su
presente.
Recuerdos de mi infancia, recuerdos de mi gente
. De los judíos que vivíamos en mi pueblo, hoy sólo
sobrevivimos dos personas; mi amigo Sholomo (Samy)
Schechter, que vive en Israel y yo.
Luego de la jubilación de mi
madre, en el año 38, nos mudamos a Cernâuti, donde papá
tenía su centro de trabajo. Compramos un apartamento.
Empezaron los cambios. Vivir en el campo rodeado de la
naturaleza, además de una paz espiritual tenía ciertos
atractivos que la ciudad no poseía para un niño de once
años. En mi pueblo era un alumno avezado, ahora para poder
ser aceptado debía de pasar por un examen de admisión. Los
judíos en el liceo que me querían inscribir, teníamos un
cupo, de cada 42 integrantes de una clase, lo máximo
permitido eran 7 judíos y para ser aceptados debíamos de
sacar promedios de notas superiores a los rumanos. Mi madre
se esmeró en repasar conmigo todo lo aprendido. Pequeñas
ventajas de tener una madre maestra. Fui aceptado en la
prueba de admisión del liceo Aron Pulmon, saqué las mejores
notas.
Me esforzaba en sacar buenas
notas, ya no era como en mi pueblo, los profesores
demostraban una actitud de rechazo hacia los judíos, no
premiaban nuestras calificaciones por lo que éramos, esto
hacía el ambiente aprensivo. Al no fallar en los estudios
buscaban nuestros puntos flacos, el acento, ¡eso! era grave,
¡eso! era motivo suficiente para demostrar su odio, su
envidia, su ira. En aquel momento se leía lo que pasaba en
Alemania, el mensaje nazi llegaba a todas las clases
sociales. La intención lograba su fin, conseguían
incrementar el odio. Dentro de este ambiente cuando los
rusos se anexaron la zona en el año de 1.940. A excepción
de los judíos muy ricos que veían sus posibilidades muy
negativas. La gran mayoría de la población judía veía en
ellos una salvación.
Al entrar los rusos,
confiscaron los bienes de mi padre. El comunismo empezaba a
hacer estragos. Mi padre, hombre quién hasta ese momento era
rico, recibió un golpe al cual no estaba preparado. En
nuestro pueblo por su seguridad, era considerado el albaceas
de los judíos. Ahora no solamente lo obligaban a
transformase de hombre rico a pobre, sino que también era
considerado perseguido. A los rusos les bastaba cualquier
denuncia con o sin bases, para enviar a la gente como
castigo a Siberia. Cualquiera que hubiera sido patrón, que
hubiera tenido obreros corría con la suerte de ser
denunciado. Para poder conseguir trabajo, era necesario
presentar casi una biografía. Para ex-empresarios, lo único
disponible era un viaje seguro a Siberia.
En una oportunidad los rusos
vinieron buscando luego de una denuncia a un doctor Otto
Melitzer, el que buscaban vivía cerca de nosotros y se
llamaba igual que mi primo. Pero al que encontraron en su
casa, fue a mi primo. Por tener su mismo apellido, lo
estaban deportando a Siberia, a su familia les era permitido
quedarse o acompañarlo. Un castigo injusto a una persona
equivocada, pero así eran las cosas con los comunistas. Mis
familiares pasaron 20 años en Siberia y luego treinta más,
en una ciudad cercana. Por un injusto error pasaron 50 años
en Rusia. Con la caída del muro de Berlín y del sistema
comunista, se abrieron las puertas de emigración. En el año
de 1.991 llegaron a Israel. Hace unos meses los encontré, me
contaron su increíble odisea, su historia personal, pero
creo que ésa será una de las tantas que nunca conocerá el
mundo.
Al cambiar el gobierno, los
judíos de alguna manera, se sentían más libres, el racismo
estaba prohibido, cualquiera que destacaba fallas o
fomentaba alguna diferencia étnica era perseguido. En
1.940 el gobierno soviético mantuvo los colegios judíos,
esto hacia sentir al pueblo libre, pero empezaron otros
tipos de penurias.
Yo, voy al colegio, de nuevo
noto cambios drásticos en nuestras vidas. por un lado; mi
padre perseguido, humillado, suplicando en las colas por un
poco de comida, por otro, gracias a mis notas, paso a
formar parte de un grupo élite. Dentro de su sistema había
tres escalafones, Pionero, Konsomol y luego
Miembro del partido comunista. Con mis primeras
calificaciones fui galardonado con un fulard rojo,
nombrado Pionero, me sentía orgulloso cuando al
pasear en la calle la gente me lo alababa. Un poco más de
once meses duró la ocupación los rusos.
En vacaciones solía ir a mi
querido pueblito Costesti, visitar a mi abuela, a mis
tíos y primos, me llenaba de satisfacciones. Era recibido
con cariño. Los recuerdos gratos que pasé con mi abuelo los
podía volver a sentir con solo visitar su casa. Veía el
pasado y el presente, amalgamados. En nuestro pueblo el
tiempo parecía inmóvil.
En el mes de febrero de
1.941, estaba jugando pelota con mis amigos José y Norberto
Kaufman. Mi madre me mandó a llamar, la abuela a quién
siempre conocí enferma, había agravado. "De un momento a
otro" decía el médico, tomamos un autobús y en tres horas
estábamos en Costesti. La abuela no soportó otro invierno.
Al igual que con mi abuelo, los amigos y familiares nos
acompañaron toda la semana. Pasada la primera parte del
luto, regresamos a Cernâuti. Con nosotros se vino una de mis
primas, se quedó una larga temporada. Durante ese mismo
tiempo, recibimos en mi casa por unos días al cartero de
nuestra ciudad. Había venido a arreglar ciertos papeles en
la capital y por ser buen amigo de mi padre le pidió que lo
hospedara hasta finiquitar sus cosas, la amistad y el afecto
era tal que mi padre no dudó ni un momento, nuestra casa fue
su hotel por casi cuatro días.
Muchos años he sufrido, mucho
dolor he tenido, pero apegarme a la vida es y ha sido mi
lucha hasta el fin. Difícil es despedirse de algo querido,
más si el nuevo camino no es conocido. Pero sé que mi labor
no se ha perdido, la continuaran los dos hijos que he
tenido.
Cuando los alemanes empiezan
la guerra el día 21 de junio de 1.941, los rumanos se le
pliegan. Empieza el primer bombardeo de la ciudad, nosotros
estábamos de vacaciones. Hacía apenas tres días que regresó
mi prima Chaikale a Costesti. Mi tía ante los rumores de que
las cosas no marchaban bien en la ciudad, la había venido a
buscar y se la llevó de regreso, decía que en el pueblo
estaban más seguras. Mi padre al ver los bombardeos, pensaba
que mi tía estaba en lo cierto, que en Costesti sería más
seguro. Trató de convencer a mi madre para que nos fuéramos,
pero ella decía que con dos niños era sumamente peligroso,
ir a través de las bombas. Además los medios de transporte
no estaban funcionando, lo que significaba irse o a pie o
en carreta. Ella decía que no tomaría ese riesgo.
Momentos importantes, momentos
de inspiración, momentos decisivos que nos alejan de la
muerte, momentos que los humanos sin razones aparentes
deciden sin saber su fin o su suerte.
Bajo el intenso bombardeo de
los alemanes y con la ayuda de los rumanos, el frente se
derrumbó rápidamente, a las pocas semanas, empezó la
ocupación. Una noche para ganarse mérito con los alemanes.
Entraron los rumanos al templo judío y lo quemaron,
recogieron al rabino principal, a sus ayudantes y a dos
mil hombres judíos más, los llevaron fuera de la ciudad y
los fusilaron frente al río Pruth. Empezó la persecución
diaria. Los buscaban casa por casa, les quitaban todas sus
pertenencias y los encerraban en un gueto, (sector de la
ciudad considerado como una especie de cárcel de la que no
se podía salir y a la cual iban reduciendo de tamaño día a
día).
A la semana siguiente, mi papá
se encuentra en la calle con un amigo no judío, paisano de
Costesti. Este le cuenta lo que pasó en el pueblo, le aclara
que de alguna forma, no todos tuvieron responsabilidad con
los hechos. Le dice que algunos trataron de apagar la
combustión que generaron otros, pero que les fue imposible.
Y le comienza a contar: Cuando en el pueblo se enteraron que
el ejército rumano estaba entrando en la guerra, se formó un
grupo entre los mismos campesinos que fue liderado por el
cartero. (Nuestro " amigo" el cartero del pueblo) Fue
una casualidad que en esos tres días no se encontraban en
el pueblo, ni el alcalde, ni el cura. Era un día viernes,
los campesinos sabían de la santidad de ese día para los
judíos. Por el cartero sabían con lujo de detalles las
direcciones de los judíos. En grupos, fueron casa por casa,
sacaron a los viejos, jóvenes y niños, los que podían
caminar bien, los que no, los arrastraron con cruel maldad.
La misma calle que por muchos años los vio desfilar en sus
mejores galas hacia la sinagoga, ese día los ve traer a la
fuerza cual desquiciados malhechores. Como un rito satánico
los metió en la sinagoga, los dejaron adentro, de nada
valieron sus súplicas, no los dejaron salir. Ninguno se
imaginaba lo que el destino les tenía deparado. Dentro del
grupo reconocían a uno que otro fascista. Los mayores al
verse imposibilitados por la fuerza de la turba, comenzaron
a orar todo el viernes y el sábado. En su demostración
inusitada de xenofobia, no les permitieron comer ni beber.
Desde afuera custodiándolos, como quien viera a animales, la
mayoría del pueblo se turnaba para insultarlos. Mientras
tanto sus casas eran saqueadas. Uno de los principales
motivos fue el robo. La envidia y el odio se unieron y
volcaron y se volcaron en contra de cada uno de ellos. Para
el día sábado, las casas de los judíos estaban totalmente
vacías, desvalijadas, sin cosas y sin gentes. El botín había
sido repartido. Cada uno de los campesinos, cual trofeo de
guerra mostraba complacido su pieza robada.
Llegado el día domingo, día de
descanso, de meditación para los habitantes de Costesti, el
cartero con sus secuaces fue en busca de una patrulla del
ejército rumano. Los traen, en el camino les dicen que los
judíos que tenían presos en la sinagoga, había sido
cómplices de los soviéticos, recomiendan un escarmiento.
Eran los mismos representantes del pueblo los que le
hablaron. Sin mediar palabras, los sacaron de la sinagoga se
los llevaron a tierras agrícolas, excavaron una gran zanja y
luego los fusilaron, sin diferenciar entre ancianos jóvenes
o niños. Tres muchachos judíos que regresaban a sus casas
después de haberse liberado de los rusos, sin saber lo que
pasaba, también fueron agarrados y fusilados con los demás.
A excepción del señor Rosemberg, que la noche del jueves
había salido para Cernâuti y de milagro se salvó, aunque
luego murió de tuberculosis en el año 46. Ese día, Todos los
judíos de Costesti, fueron asesinados.
Entierran a un pueblo,
entierran a mi gente. Entierran sus angustias, su tradición
y ya. Un bárbaro episodio en Costesti ocurrió. Un cartero
cual hermano en Caín se transformó.
Después de unos días mis
padres se encontraron al Sr. Tudan cura del pueblo y
al señor Kasian director del colegio, durante la
ocupación de los rusos, se había fugado a Rumania. Les
hicieron saber que de haber estado ellos en Costesti,
no hubieran permitido la masacre. Pero a los mentirosos como
decía mi abuelo se les ataja antes que al cojo. Cinco meses
después, estando toda mi familia dentro del gueto, iban
los dos tanto el cura como el director con un grupo paseando
dentro del mismo. Los vi disfrutar al ver a los judíos
presos.
La maldad y la crueldad
reinaban por doquier. Los alemanes, además de demostrar al
mundo su increíble pero sistemática aniquilación de los
judíos, no se conformaban con eso solamente. Dentro de su
espíritu de asesinos, su masoquismo no tenía parangón. De
la piel del cuerpo de los judíos fabricaron lámparas. De sus
entrañas, fabricaron un jabón llamado Rjf, cuyo
significado es: jabón limpio de judíos. Este se vendía
libremente en Rumania y en otros países. Luego de terminada
la guerra, la comunidad judía recogió todo el jabón Rjf
y en un acto solemne en el cual casi todo el pueblo estuvo
presente. fue enterrado en el cementerio.
¿Cómo ocurrió nuestra entrada
al gueto?. Un día pusieron una cuerda en nuestro vecindario
y dijeron: "aquí tienen que vivir los judíos". Así
oficialmente se abrió el gueto en Cernâuti. Como
muchacho salí escapado muchas veces, yo era muy tremendo. En
repetidas oportunidades fui a mi casa, rompí los sellos que
les había colocado a las puertas y poco a poco saqué
nuestras cosas de valor que llevé a casa una gentil
(Persona no judía), para que nos las guardara. Otras que
consideré necesarias y por su pequeño tamaño las llevé y las
metí en el gueto sin ser visto. Por mi pelo rubio y ojos
claros, cada vez que lograba escaparme, me escurría
fácilmente entre la gente. Hacía compras en las tiendas sin
las colas que los judíos tenían que hacer, para luego no
conseguir nada. No creyéndome judío, obviaba las colas y en
la mayoría de las tiendas, podía comprar libremente. Lograba
perderme fácilmente, con los rusos y los alemanes, por mi
agilidad y mi color de piel.
Una de esas noches, de
regreso de mi casa con algunas cosas para el gueto, unos
muchachos me detienen, ellos eran cuatro. Me preguntan si
soy judío, les digo que no, me dicen: "hazte la señal de la
cruz". Sin dudarlo la hago. Recibo una cachetada, luego
otra, les pregunto, ¿por qué? me contestan: "jamás con la
mano izquierda". salí corriendo, me persiguieron por varias
calles.
Repaso la ruta que seguimos.
Salimos de Costesti a Cernâuti, luego el
gueto dentro de la misma ciudad, fuimos a Moquilev
pasando por Ataki, paramos por distintos pueblos;
Shargorod, y después nuestra odisea en Schmerinka.
Tres días estuvimos esperando a que nos dejaran entrar a la
ciudad. Era una zona rumana y sus gobernantes, decían tener
demasiados judíos como para seguir recibiendo más. En pleno
invierno, estuvimos parados a la puerta del pueblo
muriéndonos de frío. Descansábamos en establos. Luego por
fin nos dejan pasar y las pocas horas nos vuelven hacer
salir. Continuamos hasta llegar a la vieja estación de
trenes del ejército ruso cerca de Balki. Frente al
Río Niester y del otro lado de la orilla Mogilev.
Después de una noche en el
tren, a las 6 de la madrugada, se abren las puertas, hay que
salir, por lados nos empiezan a pegar, cada uno de nosotros
llevaba su pertenencias. La gente en el camino iban soltando
cosas, poco a poco, el peso obligaba a irse desprendiendo de
las únicas cosas de valor, a ambos lados estaban los
campesinos cual animales de rapiña a la espera de apoderarse
de algún objeto. Estos ayudaban con los golpes, insistían en
que dejáramos todas las cosas. Todo el panorama era lúgubre,
el invierno y la hora, ayudaban a incrementar el miedo.
Temblábamos por uno u otro motivo.
A nuestra mano derecha, veo
tras unas rejas, a millares de presos rusos, se ven
hambrientos, gritan como locos clamando un poco de comida.
Alguno de los nuestros piensa que puede hacer un bien, se le
ocurre lanzarles un pedazo de pan para complacer sus
peticiones. Debe ser que los tienen sin comer por muchos
días. Como locos se lanzan en busca del preciado pan,
aparecen los alemanes, la ametralladora y la maldad. Primero
les gritan pero inmediatamente les disparan, les tiran a
matar. Aprovechan cualquier excusa para acabar con ellos,
aún presos, a los rusos les temen. En pocos minutos mueren
decenas de ellos.
Seguimos caminando, llegamos a
una plaza, acampamos parados, nos dicen, que debemos
entregar las monedas, la valuta, que de no hacerlo seremos
fusilados de ipso facto. Ya no cabe la menor duda, nosotros
vamos a un camino sin regreso. Nos quitan todo tipo de
documentación. De ahí en adelante, somos nulos, como
animales, sin identidad. Seguimos hasta llegar al río, al
montarnos en la barcaza que nos trasladará, vuelven los
soldados ucranianos a gritarnos que debemos de entregar
todas las joyas y cosas de valor antes de llegar a la otra
orilla, que vendrá una nueva requisición y de encontrar en
nuestros cuerpos algunas posesiones, seremos fusilados. Mi
madre en la primera parada, esconde muy bien su anillo de
matrimonio, piensa que el peligro ha pasado y se lo pone de
nuevo. Uno de los oficiales se lo ve, casi le arranca el
dedo para quitárselo y luego le da una cachetada que le deja
la cara hinchada por muchos días.
Era el mes de octubre del año
1.941 cuando llegamos a Balki. Nos encerraron en dos
cuarteles viejos del ejercito ruso. Había dos regimientos
distintos uno a cada lado de la vía, esta estación no era
usada para transporte de pasajeros, a veces llegaba algún
contingente militar únicamente que servía de relevo. A
nuestra llegada en el otoño éramos más de mil personas, al
pasar el primer invierno quedamos sólo 200. La fiebre
tifoidea producía estragos a diestra y siniestra. La falta
de aseo, y los piojos, responsables directos de la
transmisión de la enfermedad, además de la escasez de
medicamentos, de alimentos o de cuidados, hacía que la
mortandad cobrara a veces hasta treinta personas por día.
Primero se morían los padres y al no tener quien cuidara a
los hijos, estos o morían de hambre o contagiados por la
fiebre. Era un círculo vicioso, de ocurrir al revés, de
enfermarse primero los niños, contagiaban a los padres
mientras estos los cuidaban. Nosotros los Jägerman, corrimos
con mucha suerte dentro de todo lo malo. Mis padres había
pasado la fiebre tifoidea en la guerra del 18 por lo tanto
no se contagiaron. Cuando me enfermé, mi padre siempre
estuvo a mi lado, por seis días con sus noches se ocupó de
darme a mí y a otros tres niños más, agua caliente, único
tratamiento "disponible" en el campo. Gracias a su aguante
los cuatro logramos salvarnos.
Por esos días la falta de
alimentos era normal. Por la misma enfermedad, nos era
imposible escaparnos del campo y negociar algunas cosas con
los campesinos ucranianos. Los guardias a veces permitían
que se formara en la puerta del campo una especie de mercado
donde lográbamos hacer trueque. La poca ropa que habíamos
salvado por algo de comida. La mayoría de las veces
cuando se incrementaba la escasez de comida, al llegarle a
mi padre un pedazo de pan; el lo dividía en cuatro pedazos
exactamente iguales y los repartía. Uno para mí, otro para
mi hermano y los dos restantes para mis padres. Lo extraño
era, que al otro día que sabíamos que no habría comida,
siempre mis padres nos daban sus otras dos mitades del día
anterior.
La escapada del campo estaba
penada con la muerte, en una oportunidad los ucranianos,
agarraron a siete jóvenes judíos que en busca de alimento,
se había escapado. El capitán de guardia dio un ejemplo de
la capacidad de maldad con que estaba formado: los mandó a
los siete a ponerse en fila, recuerdo su insistencia que
fuera en perfecta línea. Sacó su revolver, habló de la
paciencia, de la obediencia, del castigo. Volvió a repetir
la orden de enderezar la línea, apuntó en la frente al
primero de la fila. Pensamos que fanfarroneaba, jamás nos
imaginábamos de lo que sería capaz de hacer. Sin que le
temblara el pulso, a quemarropa, disparó. Seis muchachos
jóvenes e inocentes cayeron muertos por una sola bala que
les atravesó el cerebro, sólo el séptimo se salvó ese día.
Con una fuerte carcajada por lo que había sucedido, le
perdonó la vida al único sobreviviente y le ordenó a que
regresara al campo.
Durante la noche solía
escaparme del campo para tratar de cambiar agujas, botones,
hebillas o cosas pequeñas con los campesinos por comida.
También nos adentrábamos en el bosque que estaba a seis
kilómetros de distancia para recoger leños secos los cuales
usábamos para hacer fuego y calentar el agua. Muchas fueron
las veces que salimos y sin ser vistos regresamos con comida
o ramas secas.
En una oportunidad que me
había escapado junto con mi hermano menor y sin el
conocimiento de mis padres, fuimos agarrados dentro del
bosque. Ese día se nos había unido otros prisioneros, éramos
en total seis en el grupo, tres mujeres que desesperadamente
trataban de encontrar a sus esposos del otro lado con los
rusos. Un hombre de unos cuarenta años, que no soportaba el
hambre, decía que prefería ir a Siberia y nosotros dos.
Ellos eran dos guardias armados, el recuerdo de lo que en
una oportunidad le había hecho a los otros jóvenes, me
aterrorizó. Pensar que mi padre no me había permitido que
llevara a mi hermano conmigo, e imaginarme de que por mi
culpa, hoy le pudiera suceder algo fatal, me obligó a tramar
un escape por lo demás descabellado. Veníamos caminando por
el lado de la carretera, a mi derecha había una zanja
inmensa por donde en época de lluvia corre el agua. En idish,
le dije a mi hermano que a una orden mía, saltara a la
zanja y tratara de escapar, que no se detuviera por nada del
mundo. Convinimos que la señal se la daría al levantar mi
mano derecha. Luego de constatar que había entendido todo
bien. Me adelanté con los guardias, aceleré el paso, quedé
de primero, así logré llamar la atención de ambos, caminando
de espalda y hablando con ellos alcancé mi objetivo. Al ver
un momento de descuido en los guardias, hice la señal
convenida, levanté mi mano derecha.
Mi hermano como un rayo veloz,
saltó a la zanja, no hizo ruido, mientras tanto yo aceleraba
mi paso, ellos temiendo de que estaba tratando de huir, no
se percataron de su fuga. Cuando pude darme cuenta de que ya
no estaba a la vista, me sentí satisfecho. El esfuerzo y el
riesgo tomado, había valido la pena. La verdad es que ya no
pensé en mí, no me preocupaba de lo que me podría pasar. La
hazaña me había envalentonado, de alguna manera me sentí,
una especie de héroe.
Mi hermano corrió de regreso
al campo, les contó a mis padres lo que esa madrugada nos
había pasado. Ellos corrieron a donde Joseph. Dentro del
campo había uno de los nuestros llamado Joseph que estaba
muy ligado a los soldados rumanos, era amigo de uno de los
capitanes que estaban a cargo de este lado de la estación.
Le suplicó que intercediera por nosotros. Lo primero que le
dijo fue que en ese momento del día no podía hacer nada, que
debíamos de esperar hasta el amanecer. Que para poder hacer
algo sin levantar sospechas, debería de ser luego de las
seis de la mañana.
Mientras tanto al llegar
nosotros al otro cuartel, lo primero que nos hicieron fue
darnos una paliza. Comenzaron con el hombre que nos
acompañó. Recibió veinticinco golpes con un cable de los
usados para llevar corriente de alta tensión, de esos que
son muy gruesos. Lo destrozaron, lo dejaron marcado de por
vida. A posterior el capitán ordenó hacer lo mismo conmigo.
Con el mismo cable, pero con mucha menos fuerza y con menos
golpes recibí mi porción al igual que las mujeres. Encima
del dolor que teníamos, nos dijeron que nos fusilarían en la
mañana. Gracias a Dios, el capitán amigo de Joseph, se
encargó a tiempo de nosotros. No permitió que sucediera lo
que tenían previsto. Nuestro capitán nos reclamó como
obreros y prisioneros suyos, le dejó entender que él se
encargaría de nosotros, que nos daría un buen escarmiento,
que el castigo sería ejemplar. El haría valer las leyes.
Llevados por nuestro capitán,
llegamos al campo. Mis padres no habían parado de rezar por
mí. Respiraron en paz en cuanto me vieron llegar. Me
pidieron que no me volviera a escapar, que esto pudiera ser
un aviso. No podía hacerles caso, el hambre eliminaba el
miedo. El frío era tan violento, que, o nos escapábamos en
busca de leños, o moríamos congelados. No era cuestión de
valor, era de supervivencia.
Con la caída del frente alemán
en la zona ucraniana y la llegada del frente ruso a Rumania
y a una gran parte de Polonia, nosotros quedamos dentro de
ese sector por ellos dominados y nos vimos libres. Era el
mes de marzo de 1.944. Los rusos alistaron a los jóvenes
mayores de 18 años, dentro de su ejército ucraniano. Los
entrenaron durante un mes y por no tenerles confianza los
mandaron como carne de cañón al frente de guerra. De 18
compañeros que tenía, sólo tres sobrevivimos incluyendo a mi
hermano. Nosotros por ser menores de 18 años no fuimos
alistados. El primero de mayo del año 44 logramos llegar a
nuestra ciudad, a Cernâuti. Nuestra casa seguía en pie,
nuestras cosas, no. Las cosas de valor que habíamos
entregados a otros para que nos las guardaran, ya no
estaban, junto con ellas se fueron las que nos las
guardaron. La propiedad que en una oportunidad compró mi
padre en Cernâuti, nos cobijaba, el fin había llegado.
Empezábamos de nuevo, con nada, con una experiencia
increíble, con sueños, con ideas y con ganas de vivir y de
triunfar. La historia sabe que lo logramos. La unión y la
fuerza de mi familia estaba basada en las raíces de nuestro
pueblo judío. La enseñanza que nos dieron nuestros
ancestros, llenaron con gran satisfacción todo el espacio
vacío que teníamos.
Costesti, llamada también, la
masacre de Bucovina, Cernâuti de la riqueza a la pobreza,
Balki de la libertad a la humillante prisión. Los
ucranianos, la maldad hecha realidad, luego los rumanos
con su anti-judaísmo. Los rusos con su comunismo y sus
temores. Los alemanes con su premeditada y calculada
aniquilación. Los rusos de nuevo, con su sed de venganza.
Llega la libertad desconocida. Nuestro viaje a América, el
país soñado. Descubrimos la democracia, el sistema idóneo.
Formamos un nuevo hogar con nuevas; lenguas y costumbres.
Creamos para el futuro con la descendencia de hijos y
nietos. Vivimos la muerte de nuestros padres. Proyectamos el
Futuro, con el cielo como límite. Mientras tanto vivo los
recuerdos. Recuerdos de mi vida, recuerdos de mi hogar,
recuerdo con tristeza a mis padres y a los demás.
FUENTE : WILLY JÄGERMAN
Samuel Akinín Levy
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