Sobrevivientes
por
Samuel Akinín Levy
CAMPO DE
SCHWAMMBERGER
EN PRZEMYSL
POLONIA
Me llamo Stefan Horszowski
Gotlip, nací en el año de 1.909 en un pequeño pueblo de
Polonia llamado STRY, con una población de 30.000
habitantes y de los cuales 6.000 éramos judíos. Mi padre se
llamaba León y mi madre Eugenia. Tenía otros cinco hermanos,
cuatro hembras y un varón; Mi hermana Regina nacida en el
1.899, de profesión economista, mi hermano Israel en el
1901, ingeniero mecánico, mi hermana Sala en el año de
1.911, de profesión abogado, mi hermana Helena en el año 13
licenciada en filosofía y mi hermanita Bela en 1.915, era
economista. Mis padres me hicieron tomar una carrera
práctica, fui graduado como técnico en artes gráficas y
luego como experto en marroquinería.
Detallo a mis hermanos y a mis
padres, por que cada uno de ellos logró un meritorio
puesto en la Historia, en la historia del pueblo judío.
Sólo mi hermano y yo logramos salvarnos, pero en
justicia a su memoria debo de hacer público y notorio, que
gracias a mis padres, fuimos graduados universitarios. Cada
de uno de nosotros sintió en más de una vez el aliciente,
los ánimos de superación con que nos inyectaban, sus
palabras, unidos a sus esfuerzos y sacrificios. El ver como
acabaron los nazis con la obra, que mis padres realizaron
con sus hijos, siempre me hace reflexionar, me pregunto y
no logro encontrar respuesta; el esfuerzo, el sacrificio y
los logros, fueron únicamente para ser desechados por gentes
con mucha menos cultura y educación. Si, es verdad, yo perdí
a mi familia, perdí su amor, sus consejos y su compañía,
pero creo que con su pérdida, quién más perdió fue el
mundo.
Mi padre luchó en la
Primera Guerra Mundial, defendía a Austria,
comenzó como soldado en el año de 1.914 y terminó como
oficial y con honores cuatro años después. El estuvo
peleando en el frente de batalla en Italia, durante
la guerra vino con licencia para estar unas semanas en
nuestro pueblo, fue en el año de 1.916, yo tenía escasos 7
años, pero recuerdo la elegancia de su uniforme, la enorme
espada que mantenía envainada y el imponente casco con un
pico muy grande y lleno de plumas de colores. Supongo que el
impacto que logró en mi mente, fue similar al de David
cuando se enfrentó a Goliat, por su diferencia de
tamaño y su porte. Por haberse ido al frente de batalla
estando yo tan pequeño, eran muy pocos o casi nada los
recuerdos que de mi padre tenía, pero el verlo con su
uniforme de gala, logró tal impresión en mí, que me ha
permitido tener grabada de por vida su imagen.
Mi padre no tenía hermanos, el
único que tuvo, murió siendo muy joven, mi madre tuvo tres
hermanos; Mi tía Esther que emigró a los Estados Unidos
durante la Primera Guerra Mundial y allá murió el 29
de marzo de 1.993 a la edad de 104 años.
Su esposo no quiso luchar por
ideales en los cuales no creía, decía, según me contó luego
mi madre, que el Rey no le había dado nada tan
valioso como para que el arriesgara su vida y la de los
suyos. La otra hermana de mi madre se llamaba Sheiva, estuvo
prisionera en Auschwitz, donde perdió a dos de sus
hijas ahora vive en Canadá y tiene 90 años y su único
hermano, mi tío Elias vive en los Estados Unidos.
Nuestra enseñanza religiosa
era completa, el Rabino. venía a nuestra casa y nos
entusiasmaba con la Toráh. Pocas semanas antes de mi Bar-mitzva
(al cumplir trece años, llega el momento en el cual el niño,
es considerado como adulto y de ahí en adelante es
responsable ante Dios de sus errores ) la instrucción se
amplió y se aumentó el tiempo de enseñanza hebrea. Luego el
día que me tocó subir a la Toráh ( la lectura de
nuestros libros sagrados ) me puse en mi frente y en mi
brazo los Tefilím (cajita que guarda unas bendiciones) hice
mis rezos y agradecí a mis padres y familiares su presencia.
No acostumbrábamos a hacer fiestas, no se acostumbraba a dar
regalos, era un paso muy serio el que estábamos dando, había
mucha alegría, pero no se consideraba como hoy una fiesta.
Aunque si recuerdo que mi madre llevó bizcochos a la
sinagoga.
Mi padre quién había trabajado
en los almacenes de ropa de mi abuelos paternos, decide
labrarse un porvenir. Nos mudamos a Przemysl, para
aquel entonces su población era de 60.000 habitantes y
contaba con 10.000 judíos. Papá fue contratado por el
gobierno, era contador. Al llegar ya teníamos preparada la
casa y él comenzó a trabajar en el Káiser Keiner Rad
. Viendo que sus hijos no podrían seguir carreras
universitarias en nuestro pueblo, decide que nos mudemos a
una ciudad más grande, empezamos a empacar y luego de dos
días de camino en carros de caballos llegamos a la ciudad de
Lemberg, también conocida como Lwdw.
Pasó mi infancia y luego mi
juventud, mis hermanos, se casaron. En esa época me enamoré
de una graciosa y simpática chica, ella se llamaba Rosalía,
había nacido en una ciudad también de Polonia llamada
Krosno, ahí sus padres tenían una finca muy grande.
Rosalia vivía con su hermano en Przemysl, él estaba
muy bien acomodado, era dueño de un aserradero, el más
grande de la ciudad y de un almacén de maderas. Era el año
de 1.934 cuando contrajimos matrimonio, no tuvimos hijos.
Nos mudamos de ciudad y durante cuatro años trabajé en la
industria gráfica, en la ciudad de Kracov, luego en
la medida en que me di a conocer, me dieron trabajos de
mayor relevancia, hasta que pasé a trabajar al periódico
Iktze, Ilustrurian Kurier Codzene, llegué a tener
120 empleados a mi cargo y entre ellos a tres judíos que me
ayudaban en el trabajo técnico. El diario pertenecía a Dr.
Pietroski, su tiraje era diario, se despachaba a todas
partes, toda Polonia recibía el Iktze. Pero en verdad
les juro que desde el periódico no me enteré de lo que
pasaba con los judíos, fue afuera, en la calle, se hablaba,
la gente al verme reaccionar como sorprendido, se
tranquilizaban pensando que no podría ser verdad, decían que
de serlo, yo ya me hubiera enterado.
En Polonia estalla la guerra
en el año de 1.939, los judíos de Kracov empiezan a
escaparse de los alemanes, se van caminando a Przemysl
, esta separada por ciento cincuenta kilómetros de Kracov,
pero quedaba más cerca de Rumania y luego el destino sería a
Rusia, donde se pensaba estaríamos mucho más seguros.
Regresamos a Przemysl
con mis suegros, dos días después, llegaron los alemanes.
Los SS comienzan a matar, incendian las sinagogas.
Luego de ciertos tratos con los rusos, los alemanes se van,
por unos meses pensamos que nos habíamos escapado de esos
asesinos. La llegada de los rusos en el pueblo, fue muy
colorida, fueron recibidos con flores como salvadores,
pero después descubrimos que a los nuestros, los mandaban a
Siberia, a la parte más despoblada y fría de Rusia,
ellos necesitaban mano de obra barata y así, primero nos
quitaron nuestras propiedades y luego a los que se llevaban,
los obligaban a trabajar hasta que el frío y el hambre los
mataba.
Trabajé en una imprenta hasta
que regresaron los alemanes, entonces nos volvimos a Lemberg
con mis padres, estábamos más cerca de los rusos. Trabajé
en otra imprenta, por un año, luego los rusos se vieron en
la obligación de abandonarnos, los alemanes venían con toda
su fuerza y su maldad. Durante toda mi vida me he hecho la
misma pregunta, ¿¡por qué no huimos con los rusos?, ellos me
ofrecieron trabajo y ayuda. Ahora con la serenidad que
adquirí luego de los ochenta años, me doy cuenta, que no iba
a dejar a mi familia abandonada, sola, no podía escaparme de
mis responsabilidades.
Estalla la guerra entre los
alemanes y los rusos, entran los alemanes con sed de sangre,
empiezan a recoger a los judíos. Matando sacan a las gentes
de sus casas. Los Ucranios ayudan a los alemanes. Pasan unos
meses de la llegada de los alemanes, los Ucranios están
celebrando una fiesta a su héroe nacional, un nacionalista
llamado Petlura, era un día festivo. Recogen a 1.000
judíos hombres, entre ellos estoy yo, nos llevan caminando
por toda la ciudad, sus gentes disfrutaban del
acontecimiento, ellos conocían nuestro corto futuro,
nosotros no. En mi trabajo había ayudado a muchos ucranios,
a uno de ellos en especial, sin interés alguno, le enseñé el
oficio de artes gráficas, ese día en cuanto me vio en la
plaza y a sabiendas de lo que me esperaba, habló con el
comandante ucraniano, se conocían muy bien ya que su
hermano, también era oficial, le pidió que me salvara y éste
lo complació, logró por escasos minutos sacarme del grupo de
judíos que estaban en la plaza principal del pueblo
esperando la orden del comandante: ¡apunten!, fuego.
Es increíble lo que pasó, todo
el pueblo celebraba. Al igual que en una corrida, durante
la espera de la muerte del toro, disfrutaron con el
asesinato, con la masacre de ese día. Apenas había podido
alejarme unos cincuenta metros cuando sentí los tiros, oía
la algarabía de la gente. Mi amigo me apresuraba, me
obligaba casi a correr, en el camino me preguntó si tenía
algún sitio en donde esconderme por unos días, le hablé de
una amiga, que durante mi juventud fue una noviecita, se
llamaba María. Del brazo me llevó hasta donde ella y me
dejó, María me ocultó en su casa por unos días. Esa masacre,
fue un acto de cobardía, los alemanes temiendo que los
judíos jóvenes pudieran de alguna manera atacarlos, se
adelantaron a los acontecimientos, acabaron con mil
muchachos en la flor de su vida.
Al pasar unos días volví a mi
casa, ni siquiera mi esposa estaba al tanto de mi suerte,
ella me suponía muerto, para ella fue un verdadero milagro
mi regreso. Meditamos sobre ¿qué hacer?, decidimos irnos de
Przemysl, regresamos a la casa de mi hermana mayor,
Regina.
Por segunda vez ya estaban los
alemanes, había un gueto, nos metieron a toda la familia,
nos llevaban a la ciudad a trabajar en cosas
insignificantes, esto duró un año y medio. Cuando supieron
que los rusos vendrían cerca del fin del año 43, decidieron
liquidar el gueto. A mis padres y a mi hermana Bela los
llevaron a un campo de exterminio llamado Belzec.
Este quedaba pasando Lemberg en la misma Polonia. A
través de unos amigos cristianos polacos, nos enteramos que
los había matado, que los exterminaron en los crematorios.
Cuando nos sacaron del gueto,
hicieron una selección a los con oficios y a los fuertes los
mandaron a un nuevo campo de contratación comandado por
Schwammberger. Ellos tenían una imprenta, pero esta
estaba desmontada, me asignaron como jefe de la imprenta, me
daba las órdenes personalmente, el comandante
Schwammberger, para él era un motivo de honor el poner
en marcha esos hierros. Le hablé de un judío que me podría
ayudar en la reparación y puesta en marcha de las máquinas,
le dije que él estaba en el gueto, que me lo trajera y le
prometí que en seis semanas, verías las máquinas como el
quería.
Siguiendo mi consejo, el
comandante me asignó a mi amigo como ayudante. Cuando lo
llamaron en el gueto, pensó que sería su fin, estaba a punto
de desfallecer, el hambre lo había estado matando poco a
poco. No había sentido miedo, me dijo luego que ya estaba
resignado, no tenía fuerzas suficientes para mantenerse y
era muy poco o nada lo que le quedaba en la vida como para
seguir sufriendo. Nuestro encuentro fue increíble, al verme
vio el cielo abierto, me abrazó y siempre agradeció mi
gesto.
Pasados dos meses, las
máquinas estaban trabajando, eran trabajos de propaganda
nazi. Panfletos y más panfletos imprimimos. Pero la
corrupción también estaba en Polonia, los oficiales venían a
donde mí, para que les imprimiera trabajos particulares;
tarjetas de presentación, invitaciones y demás. A cambio
recibíamos alimentos. Esto después del hambre que pasamos
fue lo que a la larga nos mantuvo con vida. La comida que
nos daban como soborno la llevábamos escondida dentro del
gueto y la compartíamos, puedo decir que mi esposa no pasó
hambre mientras estuvimos en el campo de Schwammberger
durante los diez y ocho meses en que trabajé en la imprenta.
Un día vino el comandante y me
dijo que iba a liquidar el campo, nos mandó a desmontar
todas las máquinas y que hiciéramos un inventario, que
íbamos a trabajar a otro lado. En ese tiempo había unos
cincuenta hombres en el campo, los SS los sacaron,
los llevaron a fuera, a mí me sacaron de la imprenta y me
pusieron con el mismo grupo, en ese momento sabía que me
iban a fusilar. No me dieron tiempo ni de despedirme de mi
esposa, eso era lo que más me preocupaba.
De repente antes de la
ejecución salió el comandante Schwammberger, se
dirigió a mi en cuanto me vio, me agarro por el cuello y me
dijo gritando, ¡tu vas a otra parte!, él me salvó por un
rato, me saltaron las lágrimas cuando después oí los
disparos, no dejaron a ninguno vivo.
El regreso al campo fue
inolvidable, temblaba de rabia, de dolor, el miedo se había
apoderado de mí. Mi esposa me hizo ver que aún estábamos
vivos, que de alguna manera debíamos de alegrarnos decía
que la suerte no nos había abandonado.
En esos días empezaron a
liquidar el gueto, nos agarraron a varios y nos mandaron a
limpiarlo, mientras tanto, había sacado a 300 personas y las
tenían en el otro lado, escuchamos los disparos, sabíamos
que los había liquidado, de un total de 2.000 personas que
éramos al comienzo, solamente quedábamos menos de 30. Muchos
judíos había hecho cuevas dentro del gueto con la esperanza
de salvarse, cuando empezaron a liquidar el campo, no
dejaron sitio alguno sin chequear, a los que encontraban en
los búnker, los mataban ahí mismo, no existía lugar seguro,
ellos no querían dejar testigos.
Schwammberger,
tenía un capo judío llamado Jonás, era peor que diez
alemanes a la vez. Viendo que se acercaba a su fin, logró
escapar con otros tres, se escondieron un par de días pero
con los perros policías lograron descubrirlos y los mataron
en el sitio.
Un día vinieron tres oficiales
ucranianos SS, venían acompañados de Schwammberger,
nos dijeron tanto a mí como a mi compañero de trabajo, que
nos íbamos con la maquinaria para otra ciudad. Ellos no se
imaginaban que yo entendía su idioma, o talvez no les
importaba. El hecho es que durante los dos días que tardamos
en hacer los preparativos para llevarnos toda la maquinaria
con sus herramientas, los oí hablar de Auschwitz, era allá a
donde íbamos, ya sabíamos lo que nos deparaban para un
próximo futuro.
Logré demorar por unos días el
desmantelamiento de las máquinas. Durante esos dos días,
medité, pensé en escapar, hablé con mi esposa, pero no había
ningún tipo de oportunidad, los alemanes en la medida en que
se veían más acosados, más debilitados, eran más
sanguinarios, menos humanos. Ese día después de haber
cargado toda la maquinaria en el tren, nos montamos mi
amigo y yo junto con los tres SS ucranianos, que
estaban vestidos con uniformes negros, en el vagón de
pasajeros. Veníamos escoltados por ellos. En el campo
usábamos ropa de civil, no teníamos los pijamas de
presidiarios, la única diferencia con los campesinos, la
hacía la estrella de David que nosotros los judíos
portábamos.
Antes de partir le rogué a
Schwammberger, que dejara a mi esposa acompañarme, no me
lo permitió, mis ruegos no fueron escuchados. Al despedirme
de ella, le prometí que volvería a por ella, que me
esperara, que de alguna manera trataría de escaparme y la
vendría a buscar.
La recuerdo con mucha
entereza, decía que nuestro futuro ya estaba decidido y que
sería lo que Dios quisiera. Sé que rezó por mí, ella temía
por mí más que por ella misma, me abrazó y nos despedimos
para siempre.
Montados en el tren, no paraba
de pensar en ella, no me resignaba a perderla, tenía la
obligación de intentar cualquier cosa, de repente se me
ocurrió que podría saltar del tren en marcha. Lo comenté con
mi amigo Motek, me creyó loco, me dijo que no tendría
oportunidad de sobrevivir, que de salvarme del golpe, los
alemanes terminarían fusilándome. Esto no me amilano, el
destino que llevábamos, Auschwitz además de muy
lejano sería nuestro fin. Después de unos ochenta kilómetros
de recorrido del tren, le dije a los SS, que
necesitaba ir al baño, uno de ellos me acompañó y se quedó
custodiando parado en la puerta.
Los nervios estuvieron a punto
de delatarme, trate de calmarme. Lo que tenía en mente
podría ser detectado. Sentí el deseo de escaparme y el miedo
a perder la vida, ambas cosas luchaban dentro de mí. Estos
años que duramos como prisioneros, mermaron nuestra
capacidad, nuestra confianza. Los alemanes nos había
manejado de tal manera, que se podría decir que casi
carecíamos de criterio, pero yo le había prometido a mi
esposa que regresaría y no la iba a defraudar. Ya en el
baño, empecé a recuperar la calma, sabía que podría contar
con unos escasos minutos, sería ahora o nunca y sobre eso si
estaba seguro de lo que quería. El tren iba a gran
velocidad, recuerdo que me costaba demasiado poder fijar la
imagen en alguno de los cuadros del horizonte que pasaban
por la ventana. Vi la posibilidad de tratar de asomarme y
bajarme poco a poco, pero sabía que los guardias que estaban
apostados sobre el techo me dispararían a matar. Lo primero
que hice fue abrir la ventana de par en par, traté de no
mirar, no me querías acobardar. Luego, respiré
profundamente, recé Shema Israel, tomé un fuerte
impulso y salté del tren en marcha.
Caí, no sentí dolor alguno,
los guardias comenzaron a disparar, el tren se detuvo. Los
soldados siguieron disparando, ellos no podían decirle a sus
superiores que un judío se les había escapado. Pasaron unos
minutos y el tren continuó su marcha. Me incorporé, me
revisé todo el cuerpo, no tenía milagrosamente fracturas, no
sufrí ni siquiera rasguños. En mi mente se batían muchas
ideas, pero la primera, era cumplir con la promesa que le
había hecho a mi esposa, debía de regresar por ella.
Siguiendo los rieles del tren
traté de regresar al campo. En el camino un campesino que
venia en una carreta de caballos, me gritó, me llamó y me
obsequió un pan, recuerdo que me dijo " cada uno debe de
hacer lo posible por salvarse", él no sabía como me
escapé, pero si me reconoció como judío. Este hombre me
demostró que aún había gentes buenas. Con las energías
repuestas, el ánimo despierto y con el sentimiento de
triunfo logrado después de mi fuga, fui en busca de mi
esposa. Por dos días caminé hasta llegar al lado del campo,
me encontré a un polaco que trabajaba al lado y me contó lo
que había pasado: Al llegar el tren a su destino,
telegrafiaron diciendo de mi intento de fuga, fue tal la
rabia que le causó a Schwammberger, que se dirigió al
campo donde quedaban sólo 20 supervivientes, de los 1.200
que éramos al comienzo, sacó a mi mujer y a dos mujeres más
y el personalmente las asesinó.
Me enteré luego por un
conocido, que cuando la llevaban a fusilar, gritaba "Stefan,
yo no te delaté". Sabiendo a mi esposa muerta, no tenía
nada más que hacer en ese sitio, me acordé de mi amigo
Ucraniano que una vez me salvó la vida, me encaminé a su
casa. Al llegar lo primero que me preguntó era de que si
tenía dinero, le di las pocas pertenencias que me quedaban,
mi reloj y una cadena de oro, las cosas importantes se las
había dado a mi esposa antes de partir en el tren, supuse
que ella se salvaría y les serían mas útiles que a mi. No
te preocupes, que yo te esconderé, me dijo mi amigo el
ucraniano. El vivía con su esposa, dos hijos y además era
hermano de un oficial SS ucraniano. Me ocultaron en
un cuartucho muy pequeño que tenían en el sótano. Cuando
llegué era a finales del mes de diciembre del año 43 y me
escondieron hasta el mes de junio de 1.944. Hablar de esa
familia, de su trato para conmigo, me es muy difícil, a
veces se ocupaban de cuidarme, me daban ciertos alimentos y
a veces cuando el hombre bebía, gritaba que me mataría, que
mataría al judío.
Seis meses pasé escondido en
su casa, en los primeros meses se portó muy bien con migo,
luego el también se asustó, se preocupaba por su vida y la
de su familia. En caso de haberme descubierto los alemanes
en su casa, no hubieran dudado en fusilarlo. El espacio en
que me ocultaron era tan reducido, que no podía caminar,
cuando llegaron los rusos estaba completamente calvo, no
podía caminar y me sentía muy enfermo. Mi amigo me llevó
al hospital. Ahí permanecí por otros seis meses.
Al salir del hospital, estaba
en manos de los rusos, me encontré con unos conocidos, me
ayudaron, se estilaba ayudar a los sobrevivientes, de alguna
manera éramos una especie de héroes. Me dirigí a Lemberg,
quería saber del paradero de mi hermano y de mi familia.
Cuando llegué, no encontré a nadie. Vi a un viejo amigo y le
pregunte sobre mi hermano, no lo había visto, mi tristeza no
me abandonaba, la esperanza de encontrarlo con vida hubiera
llenado un poco el vacío que sentía. Una semana después mi
hermano tratando de encontrarme fue a Przemysl, por
casualidad lo vio mi amigo y le dijo que yo estaba vivo, que
lo estaba buscando. Mi hermano tenía papeles con nombres
falsos y siendo un ingeniero mecánico logró conseguir
trabajo como ingeniero agrónomo en Lublin, trabajó
con un terrateniente muy rico y éste sin querer lo salvó
junto con toda su familia. Nos fuimos a Lublin donde estaba
el primer gobierno polaco, el tenía muchos conocidos dentro
del gobierno. Me consiguió trabajo en una imprenta muy
grande. Al poco tiempo fui ascendiendo dentro de la
imprenta, luego me mandaron con ascenso de puesto y con
ingresos superiores a la ciudad de Lodz, donde
trabaje por diez y ocho meses. Esos meses, puedo decir, que
me fue bastante bien.
En ese tiempo conocí a mi
nueva esposa Ana, ella también era otra sobreviviente, pero
esa es su historia, sé que luego la contará. Ninguno sentía
deseos de quedarse en la tierra que nos había hecho tanto
daño, temíamos que la historia se repitiese, luego de tantos
sacrificios y pérdidas, merecíamos un lugar más tranquilo
donde vivir, donde poder formar un hogar, donde nuestras
raíces pudieran arraigarse profundamente. Teniendo familia
en Francia y ya terminada la guerra nos dirigimos a donde
ellos.
Mi familia nos recibió y nos
ayudó, me recomendaron coger un curso de marroquinería que
duraba un año, esto servía como excusa para poder quedarnos.
Terminado el curso las autoridades nos presionaron para que
partiéramos.
Era el año de 1.948, teníamos
familia en los Estados Unidos y en Venezuela a
un amigo. En el primero no conseguíamos cupo, lo único que
nos podían facilitar era una visa de tránsito válida por un
año, pero para eso debíamos tener un destino final. En
Venezuela no daban visas a los judíos, era una época
difícil, la iglesia tenía todo el poder. Fue gracias a un
sacerdote conocido que pudimos solventar nuestro problema.
Ya resuelto el impase,
recibimos la visa americana de tránsito y la venezolana como
transeúnte. Nos embarcamos y llegamos a América, la
Estatua de la Libertad y la familia nos
esperaban, durante todo un año trataron de arreglar nuestros
papeles, pero fue inútil, viendo que se acercaba nuestra
hora, nos llevaron a ver distintas maquinarias para la
fabricación de carteras, me las compraron y así llegamos a
Venezuela con nuestra arepa bajo el brazo.
Durante 33 años trabajé en mi
industria de marroquinería, a veces tuvimos hasta 30
empleados. Al recordar en este momento mi pasado siento lo
mismo que cuando estando en el tren vía Auschwitz
antes de saltar, las imágenes volaban, no las podía fijar.
Pero los momentos gratos, las alegrías que se me dieron en
este, mi país, han sido innumerables, las satisfacciones
fueron únicas. Al igual que permitió que Luís, nuestro
único hijo, naciera a los tres años de nuestra llegada en
éste país libre y grande.
FUENTE: STEFAN HORSZOWSKI
GOTLIP
Samuel Akinin Levy
|