Ese día no hubo toque de queda, nos
permitieron bañarnos, no podíamos creer lo que estaba
pasando, ver a más de 30.000 judíos con ropa de civil en vez
de los pijamas de presidiarios era de por sí algo nunca
visto, era impresionante, nos contagiamos de alegría.
Durante el tiempo que pasé en Auschwitz, no veía a la gente
con interés, sólo me preocupaba de encontrar a los de mi
pueblo para ver la posibilidad de mandar o de recibir algún
mensaje de los míos, de mi familia, no prestábamos atención
a la búsqueda de nuevas amistades, era muy doloroso saber
que se llevaban a la cámara de gas a alguien conocido. Ese
día cuando los alemanes perdieron el control, fue bien
aprovechado por algunos valientes que se colaron a la
cocina y lograron robar tanta comida que al llegar la noche,
la compartieron y alcanzó para todos.
Comenzó la consulta entre los tres,
¿qué debíamos de hacer?, mi amigo Smuli tenía a sus tres
hermanos dentro del campo, uno de ellos era médico,
trabajaba en el hospital, éstos eran protegidos y respetados
en Auschwitz por tener la misma profesión del gran homicida
el doctor Menguele, fuimos con su hermano, le pedimos que
nos ocultara, que de ellos abandonar el campo estaríamos más
seguros adentro, además se avecinaba una larga caminata y
sólo el pensar en andar sobre la nieve nos causaba pánico.
El Dr. Stern no dudó ni un segundo, nos colocó en distintos
sitios en donde pensaba no seríamos descubiertos y continuó
su trabajo. Jamás podré olvidar lo que estos cuatro hermanos
hicieron una y otra vez por mi. Ellos, lograron salvarse y
hoy viven en Israel, con ellos mantengo lazos de amistad que
sólo un vínculo de sangre puede igualar.
La idea fue brillante, pero no
funcionó, tres soldados de la SS nos descubrieron al otro
día y nos llevaban directo a fusilamiento. Mientras tanto se
había formado una fila de gente traída de diferentes
campos cercanos a Auschwitz, los de nuestro campo que
pasaban de treinta mil más los de los campos cercanos que
superaban los setenta mil daba una cifra total que
sobrepasaba los cien mil prisioneros. En el portón del campo
de Auschwitz estaba parado el comandante en jefe, el
comandante Hoess, por el alboroto del momento y por
la confusión, no les preguntó a los soldados que nos
llevaban qué habíamos hecho, sino que por lo contrario, les
ordenó que nos pusieran a los tres en la primera línea de la
fila, esta situación de nervios y enredos logró salvar
nuestras vidas en ese momento.
Estaba comenzando la tarde cuando llegó
una camioneta cargada de pan, Sruli en una demostración de
valor, se robó dos panes y me los pasó, luego dos más y se
los dio a Smuli y en un tercer descuido se robó dos más y
los guardó en su mochila. Seis panes, ¡la comida de todo un
año en Auschwitz!, fue una mezcla de emociones, nuestra
adrenalina andaba a millón. Esa tarde del diez y ocho de
enero de 1.945, emprendimos la retirada, somos más de cien
mil los judíos presos para esa época, la gran marcha de la
muerte comienza. En el camino a la nada, la muerte
nos acompañaba a cada paso, el frío comenzó a cobrar
víctimas al igual que el hambre, los alemanes terminaban su
obra, cada judío que desfallecía era fusilado de inmediato,
no podían ni querían dejar sobrevivientes. el camino estaba
regado por doquier con cadáveres. Además del hambre que
traíamos, durante esos tres días no fuimos alimentados,
acabar con nuestras vidas era la consigna y la cumplían a
cabalidad.
Cuando comenzamos la marcha, acordamos
en caminar sujetos de los brazos, convinimos que así nos
mantendríamos hasta el final, por ser nieto de granjeros,
recordé que los caballos podían caminar aún estando
dormidos, y creía que si ellos podían, nosotros los humanos
también podríamos, por lo tanto, dije, estando los tres
abrazados, uno por vez podrá dormir mientras los otros dos
lo guían en su caminar. La marcha duró tres días y tres
noches, el pan que nos robamos al comenzar, salvó nuestras
vidas, por estar de primeros en la fila, nos tocaba abrir
paso en la nieve, a los pocos minutos se escuchó un tiro,
luego otro, y otro, los alemanes mataban a los que se
quedaban rezagados, o al que trataba de escapar, la fila era
interminable, los caídos eran aplastados por un río de
gente, tal cual una manada de animales. Supimos de muchos
valientes que lograron escaparse y esconderse en las
diferentes granjas a lo largo del camino, a ratos pensábamos
en escaparnos, hubo oportunidades en las que nuestro escolta
no podía estar pendiente de nosotros y eso nos animaba a
escaparnos, me hicieron caso y seguimos juntos, luego nos
enteramos que no se había salvado ninguno, que una patrulla
especial venía desde la retaguardia limpiando casa por casa,
de nuevo la vida nos acompañó.
La primera parada la hicimos a la
mañana siguiente, los alemanes también estaban cansados. Nos
ordenaron al primer grupo ponernos a un lado del camino, y
vimos pasar a miles de personas, ahora les tocaba ir
abriendo brechas en la nieve a otros, nuestros huesos
estaban deshechos. Era el día 19 en la noche, los rusos
disparaban bombas luminosas y esto nos permitía ver la
caminata como quien veía un espectáculo circense. Con mi
hermana Alice, me había logrado comunicar desde el
campo, pero hacía días que había perdido contacto, ella
estaba en Birkenau y fue a través de Soly Burger , el
limpiador de los pozos sépticos, de Birkenau y de Auschwitz
como logré mandar y recibir noticias de mi hermana. Al cabo
de un largo rato, y de haber pasado mucha gente, grité el
nombre de mi hermana, una y otra vez ¡Alice Steiner!,
en eso uno de los que pasaban caminando, me dijo que ella
estaba viva, que ya había pasado y que venía en la misma
marcha, traté de levantarme para unirme a ese grupo y
alcanzar a mi hermana cuando uno de los SS levantó su fusil
y me conminó a sentarme. Esos minutos de diferencia hicieron
que no pudiera encontrar a mi hermana sino hasta pasados
nueve meses.
Caminamos toda la noche del día 18, del
19 y el día 20 en la mañana llegamos a un campo de
concentración llamado GROSS ROSEN, encuentro a gente
que habla ruso. Cada uno estaba rapado solamente en el medio
de la cabeza, a nosotros en Auschwitz nos rapaban la cabeza,
éramos calvos, los domingos nos afeitábamos unos a otros. No
nos permitieron entrar en los bloques, nos dejaron afuera
todo el día, aprovechamos la nieve para beber y para
asearnos, el temor de la selección se mantenía en mi mente,
con una vieja hojilla nos afeitamos y con los suéteres nos
cobijamos. De Gross Rosen nos distribuyeron a varios campos
en vagones de carbón, ya no eran ni tan siquiera de
animales, estos estaban abiertos completamente, metían
paradas, a 180 personas por vagón, yo seguí unido a mis
compañeros, de no haber sido por el pan que nos robamos, del
que fuimos comiendo lo mínimo indispensable y por el agua
que logramos beber de la nieve no lo podríamos contar.
A los lados de los vagones había
guardias de la SS, estos vigilaban a los que trataban de
escaparse saltando, si lo hacían inmediatamente le
disparaban a matar, si es que no había muerto con el impacto
de la caída durante seis días fuimos en esos vagones, los
pocos sobrevivientes de Gross Rosen estábamos por perecer,
la maldad y la crueldad iban acompañando a cada uno de estos
maniáticos, su finalidad era acabar con nosotros de una
manera u otra, el miedo a sus jefes los presionaba para que
ésto sucediera sin errores, sin demoras, sin excepciones.
Al fin llegamos a DACHAU, otro
campo de concentración, nos mandaron a desnudar, nos dejaron
sólo los zapatos, nos metieron en un baño, pensé que de las
duchas saldría gas, recé la Shema Israel, me daba por muerto
busqué a mis amigos y con la vista fija en ellos nos
despedíamos, era tanto lo sufrido, que me resigné ni mi
cuerpo ni mi mente podían soportar más, pero en ese momento
se abrieron las duchas y comenzó a salir agua, agua en vez
de gas, no lo podía creer. Lloramos de alegría.
Salimos de las duchas, recibimos de
nuevo pijamas de rayas y pasamos una nueva selección, a mis
dos amigos por verse aún fuertes los enviaron a trabajos
pesados (hoy viven en Israel), a mi con mi debilidad no me
quisieron mandar con ellos, traté de sobornar a uno de los
rusos, insistí pero no hubo forma. A los más sanos les
asignaban un número para que lo colgaran en sus pijamas, a
nosotros los débiles, nos los escribían en el pecho con
tinta indeleble, ellos suponían que pereceríamos y no
querían que la gente se cambiara la numeración, pasé meses
luego de la guerra para poderlos borrar totalmente.
Sus objetivos se cumplían, sus planes
macabros se realizaban, fuimos más de 100.000, los hombres
evacuados en Auschwitz y al final de la marcha de
la muerte de esos fatídicos diez días de enero, solamente
sobrevivimos dos mil trescientos, al igual que toda mi
familia, que eran mas de setenta personas, sólo quedamos,
dos vivos, la cifra de muertos en comparación con la de
sobrevivientes era impresionante, apenas menos de un tres
por ciento logró salvarse, se ganaron la medalla de
la crueldad, de la aniquilación, de las de las masacres
programadas en escala. De haber usado tanto esfuerzo en
crear en vez de destruir, hubieran llegado a dominar el
mundo actual, su locura fue su desgracia.
Pasamos tres meses en Dachau.
Luego de tres días y sus noches de caminata, nos mandaron a
Scharnitz en Austria para que nos asesinaran
los austríacos, fue exactamente el día 28 de abril de 1.945,
al otro día nos devolvieron a Alemania, no quisieron los
austríacos seguir matando judíos cuando ellos ya veían venir
el fin de la guerra. Cuidaban sus espaldas a último momento
y sin importarles la reacción de los alemanes, devolvieron
el convoy completo, esta vez no fue en vagones de animales,
fue en tren de pasajeros, por primera vez en mi vida somos
atendidos por la cruz roja, no chequearon nuestra salud, no
nos aplicaron vacuna alguna, no intercambiaron palabras con
nosotros, sólo debían dejar constancia de su buena fe, lo
único que los movía era asomar al mundo de que su conciencia
estaba limpia y que habíamos sido alimentados, nos dieron a
cada uno de los ocho mil pasajeros, un paquete que contenía;
sardinas, una barra de chocolate, un pan y unas galletas,
pero no un consuelo.
La atención de la cruz roja en su
momento, no llenó ningún tipo de aspiraciones, cumplieron
con un trabajo, más no con un deber, nos trataron como a
cosas, no como a personas, nos dieron comida para un par de
días, pero nuestro futuro sólo alcanzó a uno. Nuestras vidas
estuvieron en sus manos y no la supieron cuidar, no se
ocuparon de salvarnos, muchos amigos fueron asesinados
apenas un día después. Estoy plenamente seguro que de haber
intercedido en ese momento por nosotros, 8.000, personas se
hubieran salvado y sus generaciones de por vida sabrían
agradecer su labor humanitaria.
Ese día fue un 27 de abril de 1.945,
nos había llevado a una plaza muy grande en Dachau,
Nos bombardeaban sin parar, cientos de aviones sobrevolaban
y lanzaban sus bombas, los aviones libertadores tenían
cuatro motores grandes y había venido a salvarnos. Las
defensas antiaéreas de los alemanes tumbaron docenas y
docenas de aviones libertadores, ante tal espectáculo,
pedía porque uno de ellos en su caída cayera sobre mí y
acabara mi pesadilla, mi mente, mi psiquis, mi alma y mi
cuerpo no soportaban más.
Entrada la noche fue cuando nos
montaron en el tren, no habíamos arrancado y tuvieron que
cambiar la locomotora, ésta había sido destruida
completamente minutos antes, luego de reparar la vía hacen
el cambio de la locomotora y de los vagones delanteros, fue
cuando entró la cruz roja, no sabíamos que estaba pasando,
las bombas no cesaban de caer, el tren comenzó su marcha,
por fin llegamos a Alemania. Ante aquel drama, con una
inseguridad total, me asomo por la ventanilla y logro ver a
los alemanes de la SS, éstos nos gritaban desde afuera,
desde el andén que éramos libres, que podíamos salir, que
bajáramos.
Muchos logramos bajar y andar hacia el
campo, la debilidad no nos permitía correr, pero por escasos
momentos me sentí libre, fue el instante en que pensé en la
cruz roja, creí haberme equivocado al juzgarlos, juraba que
había intercedido por nosotros y había logrado liberarnos,
pero no, la alegría de un desamparado dura menos que el
reflejo de un rayo. Pocos minutos pasaron cuando otros
oficiales de la SS, pusieron presos a los primeros y comenzó
nuestro fin, nos cercaron y a las 5 de la madrugada nos
tenían completamente rodeados.
Con el control total de la situación,
estando los 8.000, ya cercados, nos llevan arriba de la
montaña, mucha gente no podía subir, se quedaron en medio
de la nada, parados, oíamos tiros, sabíamos que
estaban fusilando a los que no tenían fuerzas para
continuar. De nuevo en un descuido logré escaparme, debo de
reconocer que el chocolate y las galletas que nos dio la
cruz roja me devolvieron mis energías, a lo lejos vi una
pequeña granja y corrí hasta llegar a ella, encontré paja y
me cubrí, el calor que me produjo luego del frío de la
tormenta de esa noche y del mismo miedo que tenía, no me es
posible describirlo, pero era una sensación que sólo al
recordarla aún hoy me reconforta.
Por un largo rato, me quedé dormido,
oía a los alemanes desde lejos amenazando que bajáramos o de
lo contrario nos matarían, me negaba a sucumbir de nuevo,
pensé en esperarlos y recibir una bala, estaba decidido a
no entregarme, sabía que al hacerlo, no tendría esperanzas,
me asomé por una de las ventanas y lo que vi era macabro,
los alemanes vaciaban toda su rabia en los nuestros, los
estaban matando como moscas.
Lo que verdaderamente me asustó y me
hizo entregarme fue el ver como en otra granja cercana a la
mía era incendiada, sin ningún tipo de misericordia quemaron
vivos a varios judíos, no estaba dispuesto a morir así.
Puestos prisioneros, nos montaron en un tren, esta vez era
de los conocidos, ya no era de pasajeros, era el de
transporte de animales, comienzo el viaje hacia Alemania,
eran las dos de la tarde cuando arrancamos y estando cerca
de Garmisch-Paterkirchen, lugar famoso por haber sido
sede recientemente de las olimpiadas, cerca de Munich, el
tren se detuvo, nos ordenaron bajar cerca de la carretera,
la vista panorámica la tengo grabada, a un lado la vía del
tren, al fondo las montañas, delante la carretera, luego el
terraplén en donde nos mandaron a sentar y a nuestras
espaldas, un río caudaloso.
Poco rato después llegó un automóvil,
una joven mujer se bajó, se dirigió al jefe de la SS,
gesticuló, la vi defender algún punto con vehemencia, dio
unos pasos hacia atrás, giró, volvió ya no a hablar, la
noté suplicando, comenzó a llorar, con una mano cogió la
chaqueta del militar, éste seguía impávido, fueron diez o
quince minutos que la mujer solicitaba algo que no le fue
concedido. Regresó disgustada por no haber cumplido con su
misión a su automóvil y se marchó. Todo esto me dio que
pensar.
El sitio en que estábamos daba la
apariencia de ser un lugar de descanso de la carretera, su
forma era un semi círculo, me encontraba sentado por así
decir casi en la mitad del lugar a mi lado estaba mi mejor
amigo, mi hermano de campo Moishe Willinger y otro buen
amigo de él, le digo que no me gusta lo que está pasando,
que recojan las piedras que había en el suelo, las pusieran
alrededor de su cuerpo, y se protegieran la cabeza que
usaran el plato de comida para proteger su cara. Preocupado
por la discusión anterior tomamos la precauciones a tiempo.
Varios alemanes nos estaban rodeando con ametralladoras, se
colocaron a nuestras espaldas con vista al tren, ellos
eran doce o quince.
Dos o tres minutos apenas pasan cuando
oigo en alemán, ¡de pie!, unos segundos demoran en
levantarse cuando les grito a mis dos amigos que se
acuesten, los alemanes con una señal previa comienzan a
disparar sus ráfagas. Escucho los gritos, los gemidos, e
inmediatamente quedo cubierto por varios cuerpos ya
muertos. Siento que la sangre me corre por la cara, no
siento dolor, lo único que me molesta es el peso de encima,
oigo nuevos disparos, los alemanes están rematando a los
sobrevivientes, debo de aguantarme al máximo, me preocupan
mis dos amigos, no sé de su suerte, pero mi instinto de
preservación me ayuda a no cometer error alguno, debo
parecer muerto o de lo contrario seré otro muerto más.
Pasa más de una hora, seguimos
inmóviles, dudaba en si podría moverme o no, fue tanto el
tiempo que permanecí inmóvil, que no sabía si mis músculos
obedecerían mis órdenes. Cuando me sentí seguro, cuando creí
que había pasado el peligro, comencé a murmurar el nombre de
mis amigos, no recibí respuesta, me asusté, me volví a
sentir solo en este mundo, pensé y pregunté, ¿por qué a mí
Dios mío?, primero perdí a mi padre y quedé sólo, luego me
quitaron a mi madre, a mi querido hermanito, a mi abuela, a
mis tíos y primos, quizás a mi hermana, luego a Sruli y
Smuli y ahora a mis dos soportes, mis dos apoyos, mis únicos
amigos, me resigné a vivir.
¡Bandy!, ¡Bandy!, ¿me oyes?, la sangre
comenzó a correr por mis venas como nunca lo había hecho,
mis pulmones se oxigenaban a un ritmo vertiginoso, mi
cerebro comenzaba a enviar a cada parte de mi cuerpo las
señales necesarias para su pronta recuperación, de nuevo
sentí el deseo de vivir. Acto seguido contesté, ustedes
¿como están?, estamos bien, ambos se había salvado, nos
levantamos y al ver tal masacre, sentimos que habíamos
nacido en ese instante. Muchos inocentes, murieron
innecesariamente, si la cruz roja nos hubiera atendido, si
nos hubieran puesto en cuarentena, si la maquinaria
pacifista del mundo se hubiera puesto a andar, si un sólo
valiente hubiera acabado a tiempo con la vida del malvado
Hitler, si tan sólo Dios se hubiera apiadado de ellos, en
vez de tres sobrevivientes seríamos ocho mil.
Se hizo la noche y por la carretera
venían muchos carros blindados alemanes, no paraban de
pasar, luego supe que iban de retirada, estuvimos esperando
a que pasara el último, pero no fue posible, no había ningún
último, el hambre y la sed nos estaban matando, debíamos
hacer algo y pronto, no sabíamos que vía seguir, mis amigos
decían que debíamos ir al lugar de donde venían los carros
militares, yo los convencí de ir en la misma dirección que
ellos llevaban, eran entre las cinco o las seis de la
madrugada del día 29, fuimos bordeando el río siguiendo mis
consejos, no muy lejos pudimos ver una de esas típicas casas
alemanas, ésta era de dos plantas, cuando estuvimos cerca le
pedí a la señora que se asomaba por la ventana, que nos
diera algo caliente de beber, que estábamos sedientos, no le
importó cuanto rogamos, cerró su ventana y se olvidó de
nosotros, en ese momento teníamos tres días sin comida ni
bebida, solamente algo caliente se puede ingerir en un
estómago hambriento por varios días, si no, las convulsiones
pueden ser muy peligrosas. Nuestras fuerzas nos
traicionaban, entre los tres nos dábamos ánimos. Saltamos
varias casas sin detenernos, nos dio miedo seguir tocando en
otras casas cercanas, por temor a que nos denunciaran y al
llegar al otro extremo casi al final de la ciudad, nos
metimos en una granja donde había tres hermosas cabras,
Moishe con mucho cuidado tomó un balde y se puso a ordeñar a
una de las cabras, sin imaginárnoslo siquiera comenzamos a
tomar leche recién ordeñada, caliente, cada gota era una
inyección de vigor, nos emborrachamos con ella y nos
quedamos dormidos en la parte alta del pajar.
Durante el día treinta en la noche,
recibimos un bombardeo de artillería muy grande de Este a
Oeste, lo disfruté al máximo, sabía que alguien disparaba
contra los alemanes, al parar la artillería nos preocupamos
de nuevo, no sabíamos que iba a pasar, el día 30 a las dos
de la madrugada empiezan a escucharse motores de jeeps,
oíamos murmullos, se podía decir que eran extranjeros, pero
no teníamos idea de quiénes podrían ser, nuestras mentes no
soportaban más intrigas, en acuerdo los tres, decidimos
entregarnos, saqué un suéter por la ventana en señal
internacional de rendición, no había terminado de mostrarlo
cuando del techo varios hombres armados saltaron y
apuntándonos con sus armas nos gritaron ¡ Hands Up!,
yo les contesté, monsiere somos prisioneros de guerra y los
oigo hablar en inglés, el miedo que tenía era tal que me
oriné en la ropa, lo vi coger su cantimplora y
acercándomela, me dijo NISHKEIN MOIRE, nada más y
nada menos que en el idioma de mi madre, ¡en idish!, me dijo
que no tuviéramos miedo, ¡soy judío de Brooklyn!, no
sabíamos donde quedaba pero inmediatamente supimos que para
nosotros, la guerra y el temor había acabado.
Al igual que en las películas
americanas que luego pude ver en el cine, éstos valientes
saltaron con una agilidad envidiable, todo un comando entró
para salvarnos, nos tomaron en sus brazos cual si fuéramos
niños desprotegidos, nos transmitían su amor, en cualquier
mínimo movimiento e inclusive en sus gestos denotaban su
nobleza y su admiración a nosotros. Era una situación
extraña, ellos eran nuestros héroes y a su vez nosotros los
suyos. Cuando nos liberaron los americanos, los tres,
sentíamos odio, mucho odio, a la que nos negó el agua
caliente, a los alemanes, a los polacos, a los nazis y a
todo el mundo, por su mutismo. En manos de los alemanes,
habíamos perdido muchas cosas; nuestra libertad, los
sentimientos, la fe, la confianza, la memoria, la pérdida
del gusto, de lo dulce, de lo salado, el sentido de
orientación, la destreza, la salud y lo más importante,
nuestra familia, nuestro pueblo.
Nuestro paisano de Brooklyn junto con
sus amigos, nos dieron; una barra de chocolate a cada uno y
unas pastillas antidiarreica, nos pusieron en un lugar
seguro y la lucha continuó. El día 30 de abril en la noche
cae una tormenta muy grande, los americanos nos guarnecieron
en la casa más grande, era la sede de la Alcaldía, en el
primer piso estaban las camas y ahí nos fuimos a dormir,
preguntamos la hora, eran las nueve de la noche, a las once
no podíamos dormir, a las dos de la madrugada tampoco, me
puse a pensar y me di cuenta que nuestros cuerpos no estaban
acostumbrados a dormir en camas acolchadas, propuse
acostarnos en el suelo y a los pocos minutos dormíamos.
Se me pide que describa nuestra
liberación. Ahí estábamos los tres, escondidos en esa choza,
temerosos, asustados por los tiros, tanto, que creyendo a
los nazis los responsables de los tiros y suponiendo que ya
estaban cerca de nosotros, decidimos unánimemente, volver a
entregarnos. Nos levantamos para asomarnos a la ventana
mostrando una de nuestras camisas blancas en señal de
rendición, cuando nos sorprendieron los libertadores. Sin
siquiera haber asimilado de un todo la masacre del día
anterior, con apenas un día de diferencia, ya los alemanes,
no nos agredían, no nos pateaban ni nos trataban como si
fuéramos perros, todo lo contrario, entramos en un éxtasis
insospechado, los americanos, nos trataban como héroes como
si fuéramos sus propios hijos, su propia familia.
Los americanos nos llevaron a la casa
más grande y bonita del pueblo, era la sede de la Alcaldía.
Curioseamos por doquier, encontramos que había todo tipo de
comida, jamones, panes, azúcar en sacos, sal, harina y
muchas cosas más, abrimos las puertas y en un
desprendimiento de algo ansiado y soñado por años, los tres
judíos hambrientos repartimos entre las mujeres del pueblo
toda la comida. Estas, en señal de agradecimiento, sé
ofrecieron a cocinar lo que deseáramos. Yo pedí una sopa de
gallina, mi amigo pidió un Schulent, (adafina, comida
sabática) les explicó como se hacia y qué contenía. Era el
día primero de mayo del año 1.945, era viernes queríamos
celebrar un Shabat (Día séptimo de la semana, día de
descanso), le dije a mi amigo, que no comiera el Schulen,
que era demasiado pesado para nuestros cuerpos tan débiles,
su deseo fue más fuerte que mi lógica, mi amigo Moishe
Willinger, disfrutó por última vez en su vida de su plato
preferido, ya no despertó.
Mi dolor, mi tristeza y mi pena eran
muy grandes, no me conformaba con llorar, fui a la primera
casa en la que nos había negado un poco de agua caliente en
busca de venganza, fui a matar, no perdonaba el que una cosa
de tan poco valor y tan importante para nosotros nos hubiera
sido negada. Hice bajar a la mujer y a sus tres hijos, con
un bastón que portaba la amedrenté, comenzó a llorar, se
hizo pipí y eso me despertó de mi gran pesadilla, me di
cuenta de la locura que estuve a punto de cometer, me sentí
tan sucio como esos malditos nazis, no lo podía creer, le
pedí perdón, y luego me marché.
FUENTE: BERTALAN "BANDI"
STEINER BERGER.
Samuel Akinín Levy
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